Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina 2011. (Por Juan Chaneton)
Virrey del Pino es una calle de Belgrano. Buena calle. En ella hay embajadas. Y buen hábitat. Arboledas suntuosas, añosas, preciosas. Anchas veredas. Calzada adoquinada. Vecinos educados. Glamour en los vestidos de mujeres estupendas y trajes cruzados cortados con excelencia de orfebre para los hombres que descienden, a las nueve de la noche, de los audi, de los porsch, de buenos autos, bah...! De esos que andan, por las rutas argentinas, a 280 o más...
Virrey del Pino es una calle de la benemérita y muy digna ciudad de Buenos Aires. Es una calle que, poco más o menos, responde a la módica descripción ensayada en el exordio de esta nota. Serpentea por la zona norte de la ciudad. Barrio de Belgrano.
Pero, ¿cómo describir a Virrey del Pino ciudad, a Virrey del Pino territorio de La Matanza, a Virrey del Pino lugar de pobres, a Virrey del Pino no lugar humano, a Virrey del Pino conglomerado olvidado, a Virrey del Pino basural, villa miseria, favela, callampa apta para todo negocio, incluso el de montar allí una “fábrica” de aerosoles, un prostíbulo a cien pesos la hora con una “putita” de 14 años, una “sociedad de fomento” de la pedofilia, otra fábrica, pero no ya de aerosoles sino, esta vez, de “tizas”, de papelitos de colores a $20 si son de tantos gramos o a diez si son de menos y a cincuenta el paco; de pastillas para el lumbago, para la angustia, o para el éxtasis de “Cocodrilo”, de trabas, travesaños y trabucos venidos de lejos y autovendidos de cerca para escapar, como sea que se pueda en esta “gran ciudad”, de horrores similares en escala vividos en sus provincias de origen...? ¿Cómo hacer?Jessica murió en Virrey del Pino pero no en el barrio de Belgrano. Murió el día en que iniciaba su primer trabajo. Jessica Gómez, dice la crónica.
Se incendió la fábrica de aerosoles que había montado allí Aníbal Zon, joven y emprendedor empresario, entusiasta del lucro y la ganancia rápida, como que pagaba $5 la hora y despertó a Jessica a las 11 de la noche de un día para decirle que “mañana presentate a las seis”.
Jessica habrá dormido tres o cuatro horas, esa noche. La ilusión del primer trabajo crea excitación. Y, ya se sabe -lo tiene dicho el Dr. Claudio Zin y también el Dr. Cormillot-, la excitación nunca es buena.
Empresarios como Zon, son casi todos. Son como Zon.
Esto hay que grabárselo.
Todos empezaron así. Es decir, violando elementales normas de seguridad para ir rápido a los beneficios. Los contrabandistas -que no son sólo los Macri-; los evasores –que no se llaman Paolo Rocca o Cristiano Ratazzi, claro que no-; los que no gastan en “higiene y seguridad en el trabajo”, como el “amarillo” Olmedo; los que explotan mano de obra asalariada durante el día con un rictus amenazante en su rostro para volver al hogar de noche a cumplir su preestablecido rol de padres responsables, bonachones y familieros…
Todos -digo todo- son así. Quieren plata. Plata rápida. Quieren éxito. Y el éxito, el respeto social, la consideración, la reputación, la da la cuenta bancaria y el estatus medido en términos inexorablemente materiales. En el capitalismo es así.
Este Zon era (tal vez lo sea todavía) de esa calaña. Pero no es el único. El fenotipo de “empresario” lo proporciona el capitalismo. El capitalismo y sus valores, su cultura, su ideología.
Voló “la fábrica” (el sintagma va encomillado porque, en rigor, habría que haber escrito el cachivache) y murieron seis personas; y cuatro heridos, agrega la crónica.
¿Responsables? El criterio Iglesias (el amigo/socio de Massera) indicaría que, como en Cromagnon, habría que haber ido, aquella vez, por la cabeza del gobernador Solá.
El deseo de aquel oscuro y protervo personaje se colmaría, aquí, en Virrey del Pino, únicamente si el gobernador iba preso. Pero Solá no estaba, en el imaginario alucinado y cuasifascista de Iglesias, en sus antípodas ideológicas. Ibarra, en cambio, lo estaba. Era progre, permisivo, humanista, garantista, toleraba a los trabas, el aborto no le parecía un “atentado a la vida” si lo que se extirpaba eran células; Ibarra, para peor, pensaba (piensa todavía) que los crímenes de lesa humanidad no prescriben.
Por todo esto, el padre Iglesias, erigido en depositario y paradigma del dolor de padre, hizo y deshizo para eliminar a Ibarra del escenario político de Buenos Aires.
Pero, el dolor de los padres de quienes murieron en Virrey del Pino arrabal no le importa a los que buscan rédito ideológico para sus miserables causas.
Va de suyo que el lote de únicos y principales responsables de lo ocurrido estuvo constituido por el dueño Zon, su bioquímico socio y los inspectores que no inspeccionaron y que cobraban el sueldo para hacerlo. Y si hubiera habido coimas en el medio, esos también deberían haber ido a gayola.
Pero lo que no cabe, en modo alguno, es pretender que el gobernador de Buenos Aires tuvo, aquella vez, responsabilidad en lo ocurrido.
No la tendría Macri si Virrey del Pino fuera un lugar de la Ciudad Autónoma.
Jessica murió a sus veinte años y con sus ilusiones al tope del mástil. En “Aerosoles Argentinos”, la fábrica de Zon, le pidieron empezar a las seis de la mañana. A cinco la hora. Doce por día. Zon. El empresario que fija las reglas. Aníbal Zon.
Explotó todo. Los aerosoles -argentinos o de otra nacionalidad- tienen gas. Se elaboran con gas. El gas es volátil y peligroso.
La Jessi no tenía brazos ni piernas, dijo su cuñada cuando fue a reconocerla. Era una gran esponja sanguinolenta.
Virrey del Pino no tiene ambulancia ni bomberos. Y su teléfono más cercano queda a unas 10 cuadras de sus casas. "Somos sapos de otro pozo", gritaron los vecinos a coro. "Este incendio es el precio que pagamos los pobres. Esto es otro Cromagnon", dijo Marta Villalba.
El silencio lo decía todo. La ropa quemada estaba cubierta con barro, basura y aerosoles aplastados como insectos por miles de zapatos. Los vecinos del barrio levantaban los retazos de prendas del piso como si estuvieran rescatando heridos.
Los perros olían la tensión, se mordían entre sí y ladraban furiosos.
Gastón Cabrera —encargado de la fábrica— se escapó. Si hubiese abierto las puertas de alambre de su casa, nada de esto hubiese pasado y los seis chicos muertos no estarían muertos.
La mejor amiga –la cuñada de Jessica- trabajó en "Aerosoles Argentinos" en febrero y marzo de aquel año 2007. Su tarea era empacar los aerosoles de espuma de carnaval. "Había chicos desde 15 años. Te hacían pedir permiso hasta para ir al baño. El dueño vino una sola vez", relató ella.
El dueño. Es decir, Zon, el señor Zon, el señor Aníbal Zon, el titular de la propiedad, el que fija las reglas. Y los diputados (el Poder Legislativo) sancionan las leyes y listo el pollo. Que las leyes se cumplan es otro rollo. No les incumbe a ellos. Ellos sancionan legislación laboral de avanzada y si no, que lean la exposición de motivos los incrédulos de siempre.
El hecho que refiero ocurrió el 10 de mayo de 2007. Murieron junto a Jessica, Carmen Toscano, de treinta años; su novio, Gastón Tiso, de igual edad; Gisela de Paula (25); Margarita Miranda (36); Esteban Pérez (18). Cuatro heridos.
Falta poco para el diez de mayo. Será el cuarto aniversario. Rip, qepd, a las armas…***
Plegué, aquella vez, las entintadas hojas del Clarín y así, dobladas, las metí en un bolsillo del saco. Me puse de pie. Las nalgas apretadas sin noción de tiempo contra la dura piedra del banco me dolían un poco. Me dolían los huesos. Esos bancos de piedra adornan jardines y canteros que corren en medio de la avenida Olleros. Erguí las solapas de modo que abrazaran mi cuello. Caminé hasta la paralela, Virrey del Pino. Bajé por Virrey hasta Luis María Campos. Mucho ruido, hollín, el ulular de alguna sirena, el 60, el 118, el 55, el 152. Demasiados colectivos. Me aventuré a cruzar y llegué al otro lado de la calle ancha doble mano. Seguí caminando por Virrey. Topa con el Golf. Ahí termina, Virrey. Y termina Olleros. La avenida quedó atrás y ahora todo es silencio en torno. Hasta las nubes van pasando calladas, como tropas de espectros que dispersan, las ráfagas heladas. Me fugué hacia el nido de cóndores, aquella vez. Habrá sido para evadirme un poco…
Sentí mucho frío y escuché risas del otro lado de la ligustrina. Son 18 hoyos, cinco bajo el par en ese Golf de la Ciudad. Todavía está, claro. Hace la vida amable el Club de Golf. Verde esperanza muy intenso es el color de los links de Virrey del Pino. Flores, tilos. Lagunillas y añosas tipas y eucaliptos. Todo bien. La vida es bella. La naturaleza es un canto a su creador. Cada cosa y cada quien en su lugar.
La calidad institucional hace lo demás.