Al Negro Fontanarrosa.
Agencia La Oreja Que Piensa. Por Julián Bertachi (*)
Hasta hoy me jactaba de ser un hombre sin miedo. Hasta hoy.
Nunca me comí el verso de los medios, ellos infunden pavor en la gente. Obvio que hay crímenes, pero los tipos te lo pintan como si fuese el lejano oeste y pudieras morir en cualquier momento ¡Nada que ver! Te puede tocar, ojo, como a cualquiera
¿Pero por qué andar preocupándose al pedo si al final uno aunque se cuide le puede tocar igual? Yo me cuido y si me toca me toca, mala suerte, que se le va a hacer.
Tampoco me trago la jugarreta de la seguridad privada. Te llama y te ofrecen una alarma electrónica, último modelo, que suena hasta cuando traspasa el perímetro un mosquito. Todo bien, pero si me encañonan entrando a casa ¡me meto la alarma en el orto! ¡No papá! ¡A mono viejo con banana verde no se le viene!
Además no temo a la muerte, vivo cada día al máximo, hago lo que quiero, soy feliz. Si me toca morir hoy o mañana, creo que he tenido una vida plena, no me puedo quejar, mi amigo.
No le temo a las abducciones, los aliens son cosa de los putos imperialistas de Hollywood. ¡Que la chupen! Menos al infierno, yo ateo a Dios gracias. Igual, si hubiese cielo me lo gano ¡si soy Jesucristo al lado de tanto HDP dando vuelta!
A ningún varón me le achico y si me tengo que trompear me trompeo. Igual, soy grandote, la gente es boluda y anda loca, pero no tan loca como pa´ meterse con un goruta como yo.
A invasiones extranjeras es de salame temerle ¡Es el siglo XXI macho! Y esto es América del Sur. La última guerra que tuvimos fue por culpa de un borracho. Olvidate de que nos invadan por el agua, ese verso de internet no se lo morfa nadie con dos dedos de frente.
En fin, nombrame lo que quieras y te juro que no le tengo miedo, salvo que me nombres la única cosa que temo y que acabo de descubrir.
Soy preso de la maldición más grande y es el fruto de lo mejor que me pasó en la vida ¡Qué paradoja hermano!
Te juro que no le temía a nada hasta que la conocí a ella. Me hace tan feliz… y mi deber es cuidarla. Y la cuido, pero hay cosas de las que no la puedo cuidar. ¡Qué impotencia loco! ¡Qué impotencia cuando está enferma y no puedo hacer nada! Si hasta me arrebatan ganas de hacer la carrera de medicina ahora, ya con la vida hecha, como para poder sentirme menos inútil.
Tengo miedo que le pase algo a ella, me paraliza, me aterra. A mí que me lleve el diablo, pero a ella que no le pase nada, por favor, no lo soporto.
Ya no soy un hombre sin miedo, señoras y señores, me ha vencido la fuerza más grande del universo: el amor.
(*) (1988) Escritor, docente y gestor cultural.