Agencia La Oreja Que Piensa. Por Fidel Castro.(*)
-Recuerdo aquella vez muy al principio de la revolución cubana cuando en medio de agitados días un hombre de rostro indígena, tenaz e inquieto ya conocido y admirado por mucho de nuestros intelectuales, quiso hacerme un retrato.
Por primera vez me vi sometido a la torturante tarea, tenía que estar de pie y quieto tal como me indicaba. No sabía si duraría una hora o un siglo.
Nunca vi a alguien moverse a tal velocidad, mezclar pinturas que venían en tubos de aluminio con pasta de dientes.
Revolver, añadir líquidos, mirar persistente con ojos de águila, dar brochazos a diestra y siniestra sobre un lienzo en lo que dura un relámpago y volver sus ojos sobre el asombrado objeto viviente de su febril actividad. Respirando fuerte como un atleta sobre las pista en una carrera de velocidad.
Al final observaba lo que salía de todo aquello. No era yo, era lo que él deseaba que fuera, tal como quería verme: una mezcla de quijote con rasgos de personajes famosos de las guerras independentistas de Bolívar.
Con el precedente de la fama que ya entonces gozaba el pintor,no me atreví a pronunciar una palabra, quizá le dije finalmente que el cuadro era excelente.
Sentí vergüenza de mi ignorancia sobre las artes plásticas.
Estaba en presencia de un gran maestro y una persona excepcional que después conocería con creciente admiración y profundo afecto.
Oswaldo Guayasamin
Tres veces pase por la misma e inolvidable experiencia a lo largo de más 35 años y la última vez varias veces, seguía pintando de la misma forma
Aun cuando ya su vista sufría seria y crueles limitaciones para un pintor como el, incansables e indetenible.
El último, fue un retrato con rostro más o menos similar a los anteriores y una manos largas y huesudas que resaltaban la imagen del caballero de la triste figura que el casi al final de su vida veía todavía en mí.
Guayasamin fue tal vez la persona más noble, trasparente y humana que he conocido. Creaba a la velocidad de la luz y su dimensión como ser humano no tenía límites.
“Vengo pintando desde hace 3 o 5 mil años más o menos”, dijo un día con profundidad conmovedora. “Mi pintura- confesaba- es para herir, arañar y golpear el corazón de la gente, para mostrar lo que el hombre hace en contra del hombre”.
“Pintar es una forma de oración al mismo tiempo que de grito y la más alta consecuencia del amor y la soledad.”
El hijo del Ecuador que nació en Quito, de padre indio y madre mestiza, en casa pobre. El primero de diez hijos de una familia que vivía en la miseria en el barrio de “La Tola” aprendió en la legendaria ciudad, rodeada de montañas y volcanes a ser lo que fue: un genio de las artes plásticas, un gladiador de la dignidad humana y un profeta del porvenir.
Como morir es seguir viaje, y en 1988 en este mismo ámbito entrañable al hacer yo en breves palabras de salud y en forma humorística una alusión a la muerte, de inmediato exclamo:
Ya no morimos.
Ya no morimos,al inaugurarse la capilla del hombre a la que dedicó sus últimas energías físicas antes de partir
Es posible confirmar que lo que exclamó en un minuto de euforia y alegría fraternal era una verdad para el autor de aquella profética predicción.
Hoy podemos ver con toda claridad que él y su hora perduraran en la conciencia y el corazón de las presentes y futuras generaciones.
Gracias Osvaldo Guayasamín, hermano entrañable por el legado que dejaste al mundo!!
(*) Discurso del comandante Fidel Castro en la ceremonia de inauguración de la Capilla del Hombre el 29 de noviembre del 2002.