ARCHIVO GRÁFICO: Atahualpa Yupanqui (1908-1992)
(*) Extracto de una entrevista realizada por Ernesto González Bermejo y publicada en la revista Crisis número 29, septiembre de 1975
Agencia La Oreja Que Piensa.
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Pienso que me debo haber ido metiendo en el mundo de la guitarra porque no habría otro para mí; mi horizonte no era muy grande. Ya de chico estaba lleno de sueños y cuando joven era muy lector, hasta de lecturas que me hacían daño. Tendría trece años cuando leí a Nietsche; después a Schopenhauer, Espronceda, los sonetistas, Villa Espesa; leí a Cervantes, era bastante cervantino, y me preocupaban los libros de caballería. Todo lo iba tomando de un puñado de libros que tenía mi padre que no se podía decir qué llegaran a ser una biblioteca; leía, sin sistema ni mucho orden, lo que el mundo iba escribiendo.
Pero se terminaba todo cuando oía una guitarra, tocada por un paisano o por alguien que pasaba por el pueblo ganándose la vida. Aquellas aldeas con una estación de ferrocarril y ocho casas y diez ranchos, como Agustín Roca donde mi padre era empleado de ferrocarril, no tenían casa de cultura, ni teatros, ni cine, lo que había era cancha de pelota y allí cantaban aquellos señores, en el frontón.
Pero cantaban de noche y sólo algunas veces me llevaba mi padre, a las nueve, y a las diez, cuando se estaba poniendo linda la reunión —yo tendría siete, ocho años— a volar para casa. Y en mi casa yo tocaba la guitarra con dos cuerditas y me daba los conciertos para mí solo.
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No sé, así pensando de golpe, como nace una canción, generalmente hago los versos primero y después le pongo música o no le pongo lo dejo como versito. Varía mucho: a veces hago una copla y a los dos meses está formada como "El alazán", por ejemplo, en un par de meses estaba hecha la letra y la música y el espíritu de la interpretación, la velocidad, el tiempo (que no es el musical, es el otro); el saber esperar: hacer la introducción larga, sufrir un poco — masoquista, si quiere — antes de empezar a decir algo.
Otras veces hago primero la música y después me sale al tiempo la copla o no me sale, queda en música nomás: debo tener setenta, ochenta zambas que no tienen palabras; solos de guitarra o porque encuentro que está bien así o porque no lo he podido expresar; yo tengo muchas limitaciones, no se vaya a creer.
Todo lo que compongo en guitarra antes lo caminé sin tener idea de hacer una canción. Había un inspector de algodones en Suncho Corral, en el Sur de Santiago del Estero, departamento de Figueroa, que era amigo mío y por años me estuvo diciendo: "cuando vayas a Suncho Corral te vienes a casa, Atahualpa", años invitándome. Le estoy hablando de cuando yo tendría veinticuatro, veinticinco. Fui a Suncho Corral y digo "voy a visitar al amigo" y resulta que el hombre se había muerto ese día. Le dije a unos amigos: "guárdenme la guitarra" y me fui al velorio. Total que me quedé como un mes: recorrí los algodonales, escuché vidalas, chacareras, remedios, vi a un hombre que le decían el "Tero" zapatear con un solo pie, tomándose el otro con la mano, a una velocidad tremenda. Todo eso pasó hace cuarenta y tantos años. Y ahora, hace dos años, hice la vidala de Suncho Corral, que acabo de grabar en México. Mire si es misterioso el camino que le da por andar a una canción
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La música, le decía, es una de las cosas que puede salvar al mundo porque un hombre que busca y encuentra y se solaza horas y días y años y años luz, a través de generaciones, con la belleza, ¿qué otra cosa puede querer que un mundo mejor?
Y cuando hablamos de buena música no hablemos solamente de la folklórica, hablemos de la barroca, hablemos de Bach, de Haendel, o de los románticos, hablemos de Mozart; por ese lado anda la cosa.
Y también es importante el silencio. Como decía un paisano "cuando yo era muchacho y disculpe la memoria" casi me vuelvo loco tratando de hacer sonar el silencio en la guitarra. Cuatro años me pasé buscando un tono que tradujera el silencio, que cuando la gente lo oyera dijera: "¡ahí está el silencio!".
¿Cómo hacerlo? Trabajé con las bordonas, con las cuerdas gruesas, pero, ¿cómo?: en tono mayor, en tono menor, con dos cuerdas, con tres, con una, en acorde, en arpegio, una sola nota suelta, una nota larga, una redonda, imitando e! violoncello, no imitando nada. Me llevaba mucho tiempo y tortura interior. Menos mal que frené porque sino estaría en Vieytes. Tonteras que hace uno.
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Con el asunto del precio de la madera y la deforestación estamos haciendo un parque inglés de la República Argentina; ya no tenemos ni dónde atar el caballo. Por ahí hay un tema que me preocupa y lo estoy escribiendo; un ensayito del que llevo cuatro, cinco páginas que se ajustarán a una y media o terminaré rompiéndolo o ampliándolo, vaya a saber.
Póngale al norte de Santiago del Estero donde todavía queda algún árbol. El hombre que se pone el hacha al hombro cuando todavía está la estrella arriba, el lucerito, y va al monte y empieza a hachar, desde el primer golpe de hacha se ausenta el ave. Y esa ave no vuelve más porque hacha todo el día y hacha mañana y hacha pasado y termina con este algarrobo, con este quebracho y sigue con el otro y en poco tiempo esa comarca, donde todavía hay sesenta mil árboles en muchas leguas, se vuelve una comarca sin árboles y sin pájaros.
Entonces, ahí está el asunto: ¿cómo devolverle el canto a la selva?, ¿cómo hacer para que vuelva el ¡ay! de la paloma?, el zorzal que huyó, el pechito colorado que no volverá nunca aterrorizado por el ¡Tac! de cada hachazo.
Buena preocupación para nuestros músicos que se dicen compositores y tocan lindo el piano, el violín, el charango y la quena. No trabajando en la ciudad para llegar al disco; cantando al campesino, haciendo música con sabor al lugar; quién sabe si esa no es una manera simbólica de pedirle perdón a la selva y devolverle un pedazo de su canto.
Es mi gran preocupación actual: tonta preocupación si quiere, pero déjeme que así sea. Claro que para eso uno solo no alcanza; tienen que ser muchos y muchos sin la idea del disco, del éxito, del premio de la Sociedad de Autores, porque entonces sería deleznable asunto el nuestro, sería inferiorizar un sueño, matarlo, y el que mata un sueño tiene dos mil años de cárcel, por lo menos; sin libertad condicional y sin abogado cerca.
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Hay creadores y creadores; hay gente que hace una zamba, la inscribe y se aplaude un año entero. Después están los creadores de vulgaridades, se pone de moda la sangría y le hacen una canción a la sangría.
Mire lo que pasa con Corrientes. Corrientes es una provincia muy seria, rigurosa, dura para vivir y trabajar, llena de belleza, un nacedero de tradiciones libertarias que no termina nunca. Y nadie le canta a esa vertiente sino que va a lo divertido del gritito, o a la bombacha o al castellano mal hablado y así obtienen esos éxitos de una baratura y una vulgaridad que Corrientes no merece. Pero, ¿qué puede contar un chámame lleno de alaridos frente a lo que escribe, por ejemplo, un Porfirio Sapa donde el hombre correntino pecha el monte, el peligro, la víbora, la laguna infestada y vive ahí con su mujer, con sus hijos, con sus sueños y su guitarra?
Y, ¿La Rioja? En La Rioja usted tiene que tener en cuenta los cuarenta y cinco grados de calor, la falta de vegetación, de frutos; sobran colores y falta dulzura del clima, la cosa tierna, la noche amable. Que hay que hacerla con alcohol o con tambores o con guitarras porque de por sí no es amable la noche; hay que embellecerla o envilecerla, según las entendederas de cada cual. Entonces salen esas vidalas chayeras, porque chaya es fiesta en quechua, vidalas farristas y tontas, con mucho éxito entre farristas y tontos pero que para la formación de una cultura nacional no cuentan un comino.
A la provincia de Buenos Aires no la tocan, no se animan porque tiene mucha soledad en sus estilos. Y la soledad no es comercial. Menos mal: Buenos Aires se va salvando.
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Después vienen los otros, los que dicen: "Tengo mi mensaje" y han escrito dos zambas, una chacarera y una canción protesta y a eso le llaman "mensaje". Eso es falso. Mensaje es una vida. Mensaje es Tagore, mensaje es Cristo, mensaje son setenta y cinco años de Chazarreta tocando danzas y nunca hablando de mensaje; pero lo dejó. Mensaje es Ricardo Rojas, es Martínez Estrada; a eso llamo yo mensaje. Cuando se serena el agua y se anda por el agua, ahí empieza a asomar el mensaje; mientras tanto calladito.
En esto del folklore hay mucha resaca, como dice un tal Luna que, dicho sea de paso, me dedica un libro sin que nadie se lo haya pedido, ni autorizado; un libro que no está escrito ni con mala intención, ni con buena intención, con errores de fechas y acontecimientos; cosas que después de trabajar cincuenta años uno cree no merecer.
Pero en esto de que hay mucha resaca, usa la palabra exacta. Como también hay que decir que hay gente que ha hecho un esfuerzo sincero y honesto, quince, veinte nombres, para decir, unas doscientas canciones que están escritas con belleza, con buena, intención, incluso en lo social, muy bien realizadas y que yo las respeto y las aplaudo.
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No miro mucho para atrás: he vivido cuarenta y cinco vidas en el tiempo de una sola,
he pasado pobrezas, angustias, rebeliones, tristezas, humillaciones, olvidos, ingratitudes; yo mismo he sido ingrato y olvidador. Prefiero mirar para adelante. Porque detrás mío lo único que he hecho es ir acumulando una serie de vivencias, de acontecimientos, de eso que la gente llama experiencia. Yo tenía un amigo a quien recuerdo "muy siempre", como decimos en el campo, un amigo que murió hace treinta años o algo parecido, el autor de "Los ejes de mi carreta", Don Romildo Risso. Don Romildo me decía: "hay dos clases de viejos —él era un hombre de canas y yo un mocoso de veinticinco años— "dos clases de viejos —me decía Don Romildo Risso—: aquel que se pasó la vida acumulando experiencia y aquel otro que se pasó la vida amontonando zonceras y se cree que es experiencia”. ¿No cree? “Sindudamente es ansí”, como decía un tío mío.
(*) Extracto de una entrevista realizada por Ernesto González Bermejo y publicada en la revista Crisis número 29, septiembre de 1975
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