Cantamañanas presenta:Todas las partes de una muerte. De Maria Dorrego (*)
Sabado 18 Mayo. 18 horas. Atelier Renard/Sarmiento 1460. San Miguel. Bs As.
Agencia La Oreja Que Piensa. Muñiz 2019. Por Carolina Arias. (**)
Nunca le pregunté a María Dorrego qué quería decir con todas las partes de una muerte, a qué se refería, cómo se le había ocurrido ese título. Y eso que la conozco bastante y gastamos las mismas veredas sanmiguelinas todos los días. O podría hacerle sonar el teléfono y ¿me querés decir, Mery, por qué ese título? Prefiero mirarla desconfiadamente, de reojo, mientras escribe en su cuaderno con una birome tan turquesa como sus uñas, y elucubrar los motivos.
En primer lugar, le diría ¿por qué esa pretensión de abarcarlo todo? ¿En tu libro de cuentos están todas –en serio, todas- las partes de una muerte? Ella sigue escribiendo, tal vez sospechando algo de lo que estoy pensando, aunque lo disimula.
No creo que haya otra manera de percibir que no sea por medio de partes.
Fragmentos que resultan engañosos a veces, pero que, en todo caso, delimitan un universo particular; algo que saben muy bien lxs narradorxs y lxs fotógrafxs. Ahí está también la honestidad al narrar: asumir que lo único que se puede mostrar es una parte, aunque lo interesante del asunto es que cada parte termina siendo una totalidad en sí misma. Cada parte elabora una historia, pinta y enmarca un mundo que está más vivo de lo que creemos.
María es meticulosa, hace foco en donde quiere que posemos la mirada y desenfoca en los lugares donde le parece conveniente abrir el juego a las especulaciones mentales de sus lectorxs. Aparecen encuadrados personajes o, mejor dicho, partes de personajes, que nos dejan husmear en los rincones de su interior o del mundo que los rodea –para bien o para mal-.
Las historias son breves, pero siempre siguen en la cabeza de quienes las leemos. Y creemos reconocer la esquina de una avenida, una mujer de trenzas con su hija casi idéntica, una obra en construcción determinada, la piba de mochila que camina rápido por las calles del conurbano o un flaco trajeado y mal dormido que parece no poder aguantar un secreto.
¿Y la muerte, Mery, qué tiene que ver la muerte? ¿cuál es esa muerte –porque vos no hablás de la muerte, en realidad, hablás de una muerte, de cuál, Mery? La birome turquesa sigue corriendo por la hoja y yo la miro, y sé que los cuentos de este libro están terminados, pero ella va a seguir escribiendo durante algún tiempo más –quién sabe cuánto- sobre las partes de una muerte.
Tantas muertes podrían ser. Al final, si nos ponemos a contar todas las que nos rodean, las que nos definen, las que nos transforman y nos hacen ser quienes somos, casi podríamos decir que vivimos de nuestras muertes o que ellas son las que, en definitiva, nos mantienen vivxs.
Como dije más arriba, para bien o para mal; dependerá de cómo transitemos ese camino entre muerte y muerte (eso que llaman vida). Mientras tanto, es de esperar que esas muertes nos sean fecundas y sean el germen de algo nuevo. La presencia de la muerte, las distintas muertes, sus partes, la idea de lo muerto, en los cuentos de María Dorrego, trascienden el barro y los gusanos, y también la idea etérea de algún más allá. Se meten en la tierra y rebrotan aquí y ahora, y así transforman lo que matan, lo que tocan, lo que nace.
En estos cuentos encontramos distintos tipos de muertes, que se vuelven significativas para los personajes y para las historias: una muerte puede hacerte crecer de golpe, puede dejarte atrapadx o liberarte; una muerte puede estar flirteando con vos, o haber sido guardada en una heladera.
Una muerte tiene sus partes. Algunas se dejan ver, y otras van a ser sugeridas. Las otras partes –las que no se perciben en la superficie de las hojas y las letras- están en dos lugares más: en la mano que escribió estos cuentos, escondidas en los motivos y en la intención creadora de su autora; y también en los ojos de quienes nos atrevemos a meternos de lleno en estas páginas.
(*) María Dorrego (1991)
Salté a la fama de recién nacida: con un diagnóstico delicado me convertí en el centro de atención de un hospital lleno de incubadoras. Dicen que cuando me dieron el alta, unos días después, todos aplaudieron. Crecí con la nariz metida en los libros, que colaboraron en eso de interpretar la vida. Fui hija, hermana, novia y amiga por muchísimos años. Hoy soy, además y por sobre todo, tía. Cuando leer dejó de calmarme la neurosis, tuve que recurrir a la birome. Publico mi primer libro con la esperanza de que todo lo que escribí hasta ahora se transforme en una montaña de la que pueda saltar, hacerme pelota y reconstruirme con inquietudes que, esta vez, se merezcan los aplausos.
(**) Carolina Arias (1981)
Nació en Buenos Aires, en 1981. Escritora, ensayista e ilustradora. Es profesora de Lengua y Literatura. Miembro fundador de ADEH –Asociación de Estudios Humanísticos. Lleva publicados De farsantes sobrevivientes y tontos (cantamañanas, 2011), Sobre los trazos de tiza borroneados de una rayuela (cantamañanas, 2011, en colaboración con Cristian Walter) y Microabismos en el borde de la almohada (cantamañanas, 2012). En breve, serán publicados dos libros ilustrados. Actualmente, coordina el Espacio literario cultural Cantamañanas, donde dicta talleres de escritura literaria y coordina ciclos de lectura-debate feminista.