Agencia La Oreja Que Piensa. 1970. Desde Atlanta, Estados Unidos ( Por Ulises Barrera)
Cassius Marcellus Clay (28), no es un escindido desde el punto de vista psicológico.
Su aparente esquizofrenia ha sido prefabricada con fines exclusiva¬mente publicitarios.
Sabe él muy bien de dónde viene, qué quiere y adonde va.
En esto no hay misterio alguno. "¿Se imaginan a un pobre diablo de Kentucky —declaró—, a un negro como yo, des¬tinado a limpiar vidrios o manejar un ascensor, ganando millones de dóla-res...?
Había sido recibido en Louisville con bombos y platillos luego de la conquis¬ta, pero él no estaba satisfecho. Quería trascender más. Siempre fue muy bocón.
Pero una tarde me sorprendió, mientras viajábamos en un ómnibus. En ese tiem¬po se mencionaba mucho a Floyd Patterson y a Ingemar Johannson.
De pronto, se volvió y me dijo: A esos dos los destrozo en una sola noche. Lo miré sor¬prendido y siguió diciéndome que tenía que encontrar una fórmula para lograr que toda la gente se ocupara de él.
Creo que fue esa vez que decidió comenzar a hacerse el loco".
Es que el pintoresco comediante, cuya verborragia alcanzaba por momentos tonos de delirio, y en el que se mezclaban siempre algo del fanfarrón y un poco del villano, estaba destinado a las taquillas.
"Nunca otro púgil fue capaz de hacer tantos escándalos como él pa¬ra reunir muchedumbres en los estadios", enfatizó el padre de Clay, que también se llama Cassius.
A propósito de éste, valga un apunte marginal. Ves¬tido siempre en forma estrafalaria —a veces, algo así como de cowboy; otras semejando un cosaco y generalmente con estridentes fantasías carnavales¬cas— es amigo hasta la máxima irres¬ponsabilidad de las copas y las coperas. Tanto, que es famoso en cuanto rincón nocturno de extramuros cae bajo sus siempre tambaleantes pies.
Uno de sus medios de vida consiste en cobrar 300 dólares para contar "historias exclusi¬vas sobre mi hijo".
El nivel más alto alcanzado anteriormente por Cassius se-nior, era el de pintor de letreros comer¬ciales. Muchos de los que aún se ven en los negocios de Louisville, llevan su firma.
Mas cuando alguien Intenta ob¬tener del púgil una referencia sobre su progenitor, con marcado fastidio vuelve la cara. Prefiere no tocar un tema que, sin lugar a dudas, le arde en las orejas. Sobre todo porque él es la antítesis: no fuma, no bebe, no trasnocha.
Ni siquie¬ra lo hizo durante los 43 meses de obli¬gada inactividad.
En cuanto a las declaraciones de su hermano, que fue quien lo vinculó a la secta de los Black Muslims, acota el ahora Muhammad Alí (jamás responde a una pregunta de quién lo llame por su nombre de pila): "La exageración me pareció el mejor camino para con¬mover a la opinión pública. Total..., siempre hubo periodistas que se encar¬garon de difundir cualquier cosa que yo dijera.
Una vez se me ocurrió afirmar que iba a ganar una pelea en cuatro rounds y lo conseguí. En la siguiente declaración no tuve más remedio que decir que yo era una bomba atómica...
Algunos me despreciaban; otros, me te¬nían rabia; ¡Pero esa fue la fórmula pa¬ra que todos compraran entradas!
Mu¬chos, es cierto, para verme perder.
Pe¬ro mientras se enojaban y me gritaban de todo en los estadios, yo me dedicaba a contar dólares. Entre el resto de bo¬xeadores y yo, siempre hubo una gran diferencia: ¡Nunca nadie oyó hablar de ellos!".
EL PODER NEGRO
Hasta este punto, la historia es un lugar común. Con el matiz de una original y por cierto que exitosa manera de autopromoción. Con las victorias, ese éxito iba en aumento, aunque Clay no era polo de afectos.
Ni de blancos ni de negros, ya que con sus despliegues jactanciosos hería tam¬bién a la mayoría de sus adversarios, que eran hermanos de raza.
Luego se inicia la segunda etapa. Rodolfo Valen¬tino, ahora rebautizado como Rahaman Alí, fanático de los mencionados musul¬manes negros, lo puso en contacto con Elijan Muhammad, líder máximo de la secta.
Cassius comenzó a asistir a reu¬niones, fue adoctrinado y protegido. Hasta lo convencieron de que cortara relaciones con un consorcio de millonarios blancos de Louisville, que fue el ente que respaldó su campaña desde el comienzo. En poco tiempo, Clay había materializado muy importantes aportes en efectivo al clan islámico.
Y fue tan grande el cambio de su personalidad —se divorció de su primera mujer por¬que no quiso convertirse a esta religión—, que más de uno pensó que le habían hecho un lavado de cerebro.
Su propia familia llegó a sospecharlo.
Después llegó la edad de prestar ser¬vicio bajo bandera. Clay se presentó a examen psicofísico y los tests menta¬les arrojaron 12 y 19 puntos sobre los 100 posibles.
Es decir, muy por debajo de los 31 que se aceptan como mínimo. Cuando le preguntaron su profesión, contestó: boxeador, justificándola por la necesidad de mantener a su familia.
Sin embargo, lo citaron a una segunda revisión y allí tomó cuerpo una com¬plicada historia que es imposible revi¬sar con Clay, ya que se niega sistemá¬ticamente al racconto.
En esta nueva oportunidad, los tests fueron normales y, ante la sorpresa de las autoridades militares, Clay ya no era púgil profesional, sino predicador musulmán.
La Suprema Corte aún no se había expedido, pero ése es el nudo gor¬diano de la cuestión.
Panorama indagó sobre las razones de tal apelación.
Y también sobre la in¬sólita fuente de ilustración que Clay —apenas hizo estudios elementales— exhibió en innumerables discursos en los que hablaba de economía, de la po¬lítica interna de la Casa Blanca, de las relaciones internacionales de su país.
La conclusión también es sencilla. Durante este lapso, Clay ha constituido una es¬pecie de recipiente dentro del cual ma¬nos extrañas han creado un cóctel con diversos ingredientes.
El Charlatán de Louisville, como se lo llamó en un prin¬cipio, no ha hecho más que recitar li¬bretos escritos por otros.
Los autores hay que buscarlos, claro está, entre los mencionados musulmanes o bien entre los cerebros del Black Power. Lo cierto es que, como consecuencia de su acti¬tud pública, y escudado en su prestigio deportivo, Clay pudo convertirse en una especie de líder o mejor en un "ejemplo para la juventud".
William Faversham, miembro del gru¬po millonario que lo guió al comienzo, sostiene: "Es inútil que pretenda darse a Cassius una dimensión que no tiene. Puedo asegurarles que es un niño gran¬de.
Lo mejor que posee es su buen humor. Y a pesar de la edad, no hay satisfacción mayor para él que alguien le sirva cuatro copas de helado y una naranjada a la vez... Le gustan los dólares como a cualquiera, pero nunca pasó hambre ni fue un desarropado. E1 boxeo, simplemente, le permitió alcanzar status".
Frente a todos estos temas, Clay se mostró huidizo. "Ustedes comprendan —dijo a Panorama—, que mi publicidad ya está hecha. No haré más pronósti¬cos.
Hasta acepto que Joe Frazier ha sido el campeón en actividad y yo, has¬ta hoy, el campeón en retiro. Pero como tengo los guantes puestos, ya daré cuenta de ese gatito... ¿Los Black Muslims? Bueno..., yo a nadie le pregunto por su religión. ¿El Black Power? No ten¬go más nada que ver con ellos".
Teme que le vuelvan a impedir subir al ring.
Esta oportunidad ha sido la con-secuencia de una tremenda tarea perso¬nal que se echó encima Leroy Johnson, el primer senador estatal de color que tiene Georgia. Gracias a la ayuda de Sam Massell, alcalde de Atlanta, logró que el fiscal Arthur Bolton autorizara la reaparición del discutido vencedor de Sonny Listón.
En cuanto se conoció la decisión, Johnson afirmó por TV que "esta es una página de historia, ya que el mundo comprenderá que Atlanta es la capital de la verdadera democracia". A lo que agregó Massell: "Jamás se ha hablado tanto de nuestra ciudad en to¬das partes".
LA REACCIÓN
Pero el gobernador Lester Maddox, al principio complaciente, se opuso después con inusitada vehemencia a la realización del match. No sólo expresó su deseo de que a Clay le cuenten 30 segundos sobre la lona, en vez de los 10 de reglamento sino que, ante el estupor general, decretó día de duelo. Pero la conmoción, no sólo estalló aquí.
En Scranton, Pennsylvania, la asociación de veteranos de guerra hizo un movimiento hasta lograr que el combate Clay-Quarry no se televisara en dicha ciudad, para expresar su repu¬dio a quien no prestó servicio a su país.
Según se comenta a media voz, todo el Operativo Retorno ha tenido hondas raíces políticas, ya que en Georgia se vive momentos preelectorales. Hasta se habla de sumas cuantiosas que han de¬bido correr para que Clay recuperara su licencia habilitante.
"¿No dijo usted que no pelearía más porque su religión se lo prohibe?". Clay responde: "Hay que saber separar la publicidad de la verdad: ¿Quién es el campeón del mundo? ¿No soy yo acaso? He vuelto para demostrarlo. A mi me enseñaron que el destino está en ma¬nos de Alá. Si salgo de esta habitación y me muero, es porque Alá así lo quiso.
Si voy a la cárcel, será por su volun¬tad... "
La tarea fue, precisamente, separar publicidad de verdad. Queda en el re¬cuerdo el perfil de su alegría constan¬te. Pero en la ecuación de Muhammad Alí hay un algo que parece denunciar inseguridad.
Se sabe popular, aunque está hastiado del acosamiento constan¬te a que lo someten. Sabe también que es un verdadero yacimiento de dólares del que se nutren muchos. Pero se muestra inestable cuando choca con la palabra futuro. Trasmite la sensación de querer vivir afanosamente el presente. Y en la medida de lo posible, silencian¬do el pasado extradeportivo.
Días antes de este encuentro, le espetó a un pe¬riodista inglés que volvía a fatigarlo con las reiteradas preguntas sobre las organizaciones de los negros: "Dígale a sus lectores simplemente esto: Clay está de pie y declara ¡Mírame, oh mun¬do, he vuelto!". Y lo despachó así.
Horas después de derrotar en forma aplastante a Jerry Quarry, con su ros¬tro de galán, sin una marca, como si no hubiera combatido esa noche, fue a visitar el centro de prensa: "Quiero agradecer el recibimiento magnífico que me hizo el pueblo de Atlanta.
Puedo asegurarles que será inolvidable para mí". ¿Cómo —se preguntaban muchos—: no se burla del derrotado ni habla del futuro adversario?
En absolu¬to. Aunque cueste creerlo, Olay se mos¬traba sonriente. Haciendo una broma a cada paso, Muhammad Alí estaba tra¬tando de que los periodistas del mundo entero allí reunidos, comenzando por los norteamericanos, recogieran su nue¬va imagen.
Cassius Clay, pues, ha vuelto. En va¬rios sentidos. Aunque todavía tal vez él conozca el alcance de este regreso.
Desde el ángulo estrictamente boxístico, puede decirse que sólo necesita mejor estado.
La desesperación por no desaprovechar esta oportunidad que le ofreció Georgia, llevó a Olay a una reaparición apresurada. Con poco tiempo de adiestramiento, precisamente cuando más lo necesitaba.
"Sé que estuve bien, pero sé que podría haber estado mejor", declaró a Panorama. Quarry, de menor talla y reach, pertenece a esa genera¬ción de aporreadores suicidas que aquí gustan tanto. El, simplemente, pelea tres minutos por round. Tiene sangre irlandesa y es duro, casi un granito. Pero ese granito fue perforado por las estocadas del ex campeón, quien se pro¬puso ganar cuanto antes.
La pelea, co¬mo punto de referencia o como test, arrojó un saldo aceptable: la Jerarquía pugilística del vencedor sigue intacta; envejeció biológicamente tres años y medio, aunque eso se traduce también en madurez.
¿Bastaría eso para imagi¬nar un reinado indefinido, como algunos anticipan? En un pasaje del segundo round, cuando Quarry pegó con vigor al cuerpo, se vio que el perfil de Alí se ajaba. Fue fugaz, pero pudo advertirse claramente. No fue declinación física ante el castigo; fue como si cedieran las bases de su estructura anímica.
José Chegüi Torres, ex titular de los semipesados, lo confirmó: "Clay en el fondo de su alma es un Inseguro. No se trata del miedo por tal o cual oponen¬te. Es miedo a lo que lo rodea".
Al abandonar el estadio, tras haber visto a muchos negros con lágrimas en los ojos, cabía una pregunta. No lo de¬jaron ser Cassius Marcellus Clay. ¿Has¬ta dónde le permitirán seguir siendo Muhammad Alí? Porque falta consignar un último apunte. Cuando desde Moscú solicitaron autorización para televisar esta pelea, en Washington hubo preocu¬pación.
Tanto, que hablaron con el go¬bernador Maddox para que opusiera to¬dos los medios legales a la realización del match. Pero fue demasiado tarde.
Los soviéticos, que no autorizan el bo¬xeo profesional, mostraron "al hombre que se negó a combatir en Vietnam".
(*) Nota publicada en la Revista Panorama nº 184 del 03/11/1970
Para comprender a Clay es necesario dividir su parábola en tres etapas, ya que cada una marca una pauta de con¬ducta diferente en él. Pero, por sobre todo, es imprescindible volver los ojos sobre su país, el color de su piel y, ob¬viamente, sobre algunos de los miem¬bros de su familia.
Panorama dialogó con su hermano Ro¬dolfo Valentino Clay sobre ese particu¬lar momento en que se produjo la tran¬sición del boxeo amateur al rentado: "Mi hermano acababa de conquistar la medalla dorada en los juegos olímpicos de Roma y soñaba con ser profesional.