Agencia La Oreja Que Piensa. Revolviendo Papeles. Por Ernest Hemingway
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Cuando estoy trabajando en un libro o en un cuento, escribo todas las mañanas desde que asoma la primera luz. A esa hora nadie molesta y hace frío o está fresco y uno empieza a trabajar y entra en calor a medida que escribe.
Uno lee lo que ha escrito y como siempre se detiene donde sabe qué va a pasar después, al día siguiente arranca desde ahí.
Uno escribe hasta donde le da el jugo y al llegar allí ya sabe qué va a ocurrir después y para y trata de vivir eso hasta el día siguiente, cuando le da de nuevo. Uno ha empezado a las seis de la mañana, digamos, y puede seguir hasta mediodía o terminar antes.
Cuando para están vacío y, al mismo tiempo, nunca vacío sino lleno, como cuando se ha hecho el amor con alguien que uno quiere. Nada puede herirlo, nada puede suceder, nada significa nada hasta el día siguiente en que vuelve a hacerlo. Lo difícil es la espera hasta el día siguiente.
Siempre reescribo cada día hasta el punto en que dejé.
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Naturalmente, cuando todo está terminado se lo revisa de nuevo. Hay otra oportunidad de corregir y reescribir cuando alguien lo pasa a máquina en limpio. La última oportunidad son las pruebas de imprenta. Uno agradece estas distintas oportunidades.
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Se puede escribir bien en todo momento en que lo dejen a uno solo y no lo interrumpan. O se puede hacerlo bien siempre que uno sea lo bastante despiadado para intentarlo. Pero lo mejor se escribe cuando se está enamorado.
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¿El mejor aprendizaje intelectual para el futuro escritor? Digamos que decide ahorcarse porque descubre que escribir bien es una dificultad intolerable. Entonces habría que cortarle la soga sin piedad y obligarlo a escribir lo mejor que pueda por el resto de su vida. Por lo menos podría contar la historia del ahorcado.
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En el Kansas City Star uno estaba obligado a aprender a escribir una oración afirmativa simple. Eso es útil para cualquiera. El trabajo en un diario no dañará al joven escritor y puede ayudarlo si abandona a tiempo.
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Mis antecesores literarios, los que más me han enseñado: Mark Twain, Flaubert, Stendhal, Bach, Turgueniev, Tolstoi, Dostoiewski, Chejov, Andrew Marvell, John Donne, Maupassant, Kipling, Thoreau, el Capitán Marryat, Shakespeare, Mozart, Quevedo, Dante, Virgilio, Tintoretto, Hieronymus Bosch, Breughel, Patinier, Goya, Giotto, Cézanne, Van Gogh, Gauguin, San Juan de la Cruz, Góngora; me llevaría un día recordarlos a todos. Y además sonaría como s¡ en lugar de tratar de recordar a toda la gente que ha tenido influencia en mi vida y en mi obra, reclamara una erudición que no poseo. Mencioné a los pintores o empecé a mencionarlos, porque aprendo tanto de ellos como de los escritores. ¿Me pregunta cómo? Explicarlo nos llevaría otro día. Pienso que lo que uno aprende de los compositores y estudiando armonía es obvio.
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Siempre estoy leyendo libros, tantos como existen. Me los raciono para que nunca
me falte provisión.
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A veces uno sabe el cuento. A veces uno lo va haciendo y no tiene la menor idea de cómo terminará. Todo cambia a medida que se mueve. Eso es lo que hace que el movimiento haga al cuento. A veces el movimiento es tan lento que no parece que se estuviera moviendo. Pero siempre hay cambio y movimiento.
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Si un escritor deja de observar está acabado. Pero no tiene que observar conscientemente ni pensar de qué manera le será útil lo que ve. Quizás eso sirva al principio. Pero después, todo lo que ve va a la gran reserva de cosas que sabe o ha visto. Si es que de algo sirve saberlo, puedo decir que siempre trato de escribir según el principio del iceberg: siete octavas partes bajo el agua por cada parte que se ve. Lo que uno sabe puede esconderse para dar más fuerza a la parte del iceberg que asoma. En cambio, si un escritor omite algo porque no lo sabe, entonces sí, hay un agujero en el cuento.
El Viejo y el Mar podría haber tenido mil páginas más e incluir a todos los personajes del pueblo y contar cómo se ganaban la vida, cómo habían nacido, cómo se educaron, y tuvieron sus hijos, etc. Eso lo hacen espléndidamente otros escritores. En literatura se está limitado por lo que ya ha sido hecho satisfactoriamente. Así que he tratado de aprender a hacer algo distinto. Primero he tratado de eliminar todo lo que es innecesario para comunicar mi experiencia al lector, de modo que después de leer algo, él o ella lo conviertan en parte de su experiencia y les parezca que realmente ha ocurrido. Esto es muy difícil de lograr y he trabajado duramente para conseguirlo.
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Cada uno tiene su propia conciencia y no deberían existir reglas que prescriban como debe funcionar una conciencia. De una cosa puede estar seguro y es que si la obra de un escritor preocupado por la política debe perdurar, habrá que saltear lo político cuando se lo lea. Muchos de los llamados escritores comprometidos cambian con frecuencia de orientación política. Eso los alegra mucho a ellos y a sus revistas político-literarias. A veces tienen que escribir de apuro sus nuevos puntos de vista… Puede ser que a eso haya que respetarlo como una forma de la búsqueda de la felicidad.
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Con las cosas que han ocurrido y con las cosas tal como son y con todas las cosas que uno conoce y todas las que uno no puede conocer, se hace algo por medio de la invención que no es una representación sino una cosa nueva y completa, más verdadera que cualquier otra cosa viva y verdadera; y se le da vida, y si se lo hace bastante bien se le da la inmortalidad. Por eso se escribe y por ninguna otra razón que se conozca. Pero, ¿y las razones que nadie conoce?
(*) Texto publicado originalmente en París Review, 1958, en una entrevista concedida a George Plimpton y reproducido en la revista Crisis número 15, julio de 1974.
(**) El archivo gráfico es una invitación a revolver papeles para descubrir o releer viejos diarios, revistas y documentos. Permite encontrar artículos escritos por periodistas emblemáticos o anónimos que tienen un valor testimonial.
El archivo en definitiva, una fuente de información que encierra parte de la historia con sus hechos y personajes. Recorrerlo es un ejercicio de la memoria y también del conocimiento que La Oreja que Piensa quiere compartir con sus lectores desde esta sección