Agencia La Oreja Que Piensa. Por Ángela Dina Cuello (*)
Las nubes con sus movimientos caprichosos, forman figuras dantescas. Invadidos sus cuerpos redondeados por el impúdico sol, que a golpes, moría en el horizonte. La temprana noche, en su danza infernal de relámpagos truenos y centellas, revienta sobre la inocente cara de la tierra, en implacables cataratas de lluvia.
Cuando en aquel humilde barrio el corte eléctrico, producía una oscuridad cerrada, absoluta. Ni tan siquiera un haz de luz, que pudiera iluminar el sendero.
A esa hora y en esa calle el chapoteo de los pasos advirtieron, la llegada de Joaquín. Sin queja y con hambre aterido, cruzó la puerta, de la casa de su padre.
Su cuerpo delgado, cubierto sólo, por una camisa, hacían más patético, ¡¡el flagelo sufrido!!
Joaquín – Buenas…! ¡¡Casi en un grito, como pidiendo auxilio!!
Con una lámpara a querosén en la mano, su hermana, con el rostro transfigurado, por la tenue luz y las sombras, parecía emerger de ¡la tormenta!
Hermana – ¡Hoja Joaquín! Al verlo tan desabrigado y mojado por la lluvia, preguntó con preocupación.
Hermana - Dónde dejaste la campera negra?
Joaquín – No sé, si la perdí, o me la robaron o alguien con más frio se la llevó! Pero sí sé, que fue en la fábrica.
(Operario de la fábrica Ford de Pacheco, sección montaje)
Hermana – ooh! Te podés enfermar, con éste temporal ¡y sin abrigo!
Joaquín – Gracias hermanita! ¡¡Por preocuparte por mí!! Pero sufro, por todos los que padecen frío, injusticias, y hambre, mucho más que yo!! Habló con dolor y convicción.
Hermana – Si! Sé de tu nobleza!! Querido hermano.
Cenaron en silencio, ensimismados en sus pensamientos, y luego de cenar, con un beso en las mejillas, se despidieron.
Ana, no podía sacarse de la cabeza, la pérdida de la campera negra. Temprano al otro día, el sol levantaba con su calor, el vaho de la tierra mojada. Caminó hasta el fondo del terreno, entre los frutales, se encontraba sentado su padre, en una silla de mimbre, con respaldo y patas de madera. Como todas las mañanas, tomaba mate, bajo los árboles.
Éste encuentro, casi religioso entre Ana y su Padre, era cotidiano. Frente a frente discutían las novedades.
Los pájaros trinaban y revoloteaban alrededor del Padre enfermo. Con movimientos lentos y pausados se jactaba. ¡¡Cómo lo querían aquellos pajaritos!! Al percibir su espíritu pacífico y su amor por la naturaleza!!
Al enterarse que aquella campera heredada y regalada a su hijo, se había perdido, sus ojos se inundaron de un líquido acuoso y nostálgico. Con cierta resignación, cebó otro mate.
Ana – Papá! Yo la voy a encontrar.
Padre – ¿Cómo? Preguntó casi sin fuerzas.
Ana – Iré a la fábrica ¡¡y la voy a recuperar!!
Padre – Hijita… ¡Justo ahora que están despidiendo gente! ¡¡Vas a llevarle un problema a tu hermano!!
Ana – Ahora le pertenece a él! Esa campera representa una tradición, era del abuelo, fue tuya ¡¡y ahora es de Joaquín!!
Padre – La tradición está dentro del corazón, en la solidaridad, en la memoria de la gente.
Ana - ¡Padre! Si no cuidamos lo nuestro, ¿quién lo va a cuidar? Esa campera tiene muchos caminos recorridos, misterios insondables, rondas de amigos y tal vez fue testigo de algún romance.
Padre – Bueno hija… Cada uno es artífice de su propio destino! Así los crié yo, libres!!
Si para vos es tan importante, ¡¡andá y traela!!
Al otro día frente a un portón muy alto, infranqueable, se encontraba Ana parada. Golpeaba con sus nudillos, en forma rítmica y persistente. Delante de aquella mole de chapa dura, su corazón palpitaba acelerado y por su frente, grandes gotas de sudor resbalaban.
Cuando intempestivamente, el portón se abrió. ¡Dio un paso atrás! Viendo a un operario, con un ambo azul, camisa y pantalón del mismo color.
Operario 1 – ¡Sí! ¿a quién busca señorita?
Ana – ¡Mire disculpe! Soy la hermana de Joaquín Gutiérrez.
Operario 1 – ¡¡En hora de trabajo no pueden ingresar familiares!!
Ana - ¡No! Yo quisiera hablar con su jefe, porque es algo ¡¡muy importante!!
Operario 1 - ¡yo! ¡ni siquiera puedo buscar a ningún jefe! ¡Esté la hermana de alguien o la hermana de nadie!
Ana - ¡Sí! Pero yo…
Operario 1 - ¡Mire! ¡haber si nos entendemos! Están despidiendo personal y si molesto al jefe, ¡me despiden
a mí y a su hermano! ¡¡Estamos!!
Ana - ¡Bien! ¡¡me voy!! ¡¡Pero me quedaré en la puerta!!
Sin contestar el operario cerró el portón nuevamente.
Con el portón en la cara, Ana, miraba hacia arriba para mitigar el ridículo, de permanecer obstinada, frente a ¡semejante muro! Mientras, pensaba, ¿qué hacer…? Repentinamente, giró la cabeza y encontró la ¡¡solución!! En la esquina divisó un bar. A las 18hs. comenzaban a salir la tanda de operarios de ese turno.
Como costumbre hacían una parada en el bar. Tomaban algunas copas, como para exorcizar, el cansancio diario.
Ana, con cautela, comenzó a elegir, a quién arrimarse. ¡No era fácil encarar! ¡Pero la decisión ya estaba tomada! Al cabo de unos minutos, no hizo falta, levantarse y elegir.
Uno de los operarios, se acercó a la mesa, con ventana al frente, donde Ana, tomaba una gaseosa.
Operario 2 – Disculpame ¿Esperás a alguien? Preguntó con cierta autoridad. Pero al ver, que ella le contestó
con amabilidad y buena predisposición, su timidez escondida, se liberó, en una amplia sonrisa…
Ana – ¿Conocés a compañeros, que trabajen en la sección montaje?
Operario 2 – ¡¡Yo estoy en la línea de montaje!! ¡¡y conozco a todos!! Contento de poder complacerla.
La alegría de Ana, fue tan grande, que se atragantó al preguntar, y sonriendo dijo:
Ana - ¿Y a Joaquín Gutiérrez?
Operario 2 - ¡¡Somos amigos!!
Ana - ¡¡Es mi hermano!!
Al escuchar que era su hermana, decidió entregarse…
Operario 2 – Mi nombre… es Rodolfo. Confesó sin que ella preguntara.
Ana - ¡¡Qué casualidad!! Pero… no quiero que se entere que vengo a buscar su campera negra, la perdió en la fábrica.
Rodolfo – ¡Ah sí! Una de cuero, que siempre viene con esa.
Ana – Bueno, ¿podés averiguar con tus compañeros si la vieron o qué pasó con la campera?
Rodolfo - ¡Sí! ¡Cómo no! Pero… ¿cómo es tu nombre? Al preguntar, sostuvo la mirada en los ojos de Ana y con cierto dejo de pertenencia, hacia la joven que recién conocía.
Ana notó el interés y se dijo a sí misma: ¡qué le importaba! Si al fin al cabo, ¡ella sólo quería la campera!
Con su mejor sonrisa, en voz baja dijo me llamo Ana…
Rodolfo - ¡¡Qué lindo nombre!! Quédate tranquila que la campera va a aparecer ¡¡si o si!! Ufanando de su hombría controlaba la reacción de Ana que en ese instante se paraba de la silla y tomando la promesa, cruzó
la puerta del bar. Exultante, con la sensación de haber hablado, ¡con todos los operarios de la fábrica! Y…
¡ya tenía un amigo!
Al otro día, tomando mate con su padre, hablaron de las novedades.
Padre – ¿Cómo te fue ayer? Preguntó temiendo que haya comprometido, a su hermano, en el trabajo.
Ana - ¡Bien! ¡Muy bien! Papá.
Padre - ¿Qué querés decir con eso? Inquieto preguntó.
Ana – Conocí a un compañero y me dijo ¡¡que la campera iba a aparecer!!
Padre – y ¿quién es?
Ana – ¡¡qué sé yo!! ¡¡No me importa!! Es amigo de Joaquín.
Padre - ¿y el apellido, cómo es?
Ana – Se llama Rodolfo y ¡está en montaje también!
Padre – bueno hija… ¡tené cuidado!
Entonces Ana se incorporó, abrazó y besó a su padre.
El brillo en sus ojos, denunciaban, su buen humor.
¡A la hora señalada se encontraron en el bar! En la misma mesa, donde por la ventana, se veían a los operarios caminar. Apresurados y en silencio.
Pero… pronto se disipó, la alegría de Ana.
Rodolfo - ¡Mirá Anita! ¡Las cosas están jodidas! Un compañero me dijo que tu hermano la dejó en una silla
¡y la levantó el jefe! Pero no es solo eso, cuando Joaquín preguntó por la campera, ¡¡se hizo el boludo!! ¡¡El
garca ese!!
Sobreponiéndose, al tono en que hablaba, su nuevo amigo dijo:
Ana – Bueno, bueno… ¡Por lo menos ya sabemos quién la tiene!
Rodolfo - ¡¡y esa es la joda!! Tu hermano es delegado y el otro delegado, ¡¡hace un mes que no aparece!!
Ana - ¿Cómo que no aparece? ¿Lo echaron?
Rodolfo – ¡Ojalá lo hubieran echado! ¡¡No aparece por ningún lado!
Ana – Mirá ¡yo no quiero problemas! Sólo vine a busca una campera.
Rodolfo – ¡Nadie quiere problemas! Pero Ana las cosas… no sé, si tu hermano te contó… ¡¡acá hay que andar con pies de plomo!!
Ana - ¿Qué querés decir?
Rodolfo - ¡Quiero decir! ¡¡Hay que cuidar mucho el laburo y calladito la boca!!
Ana – Si es por eso, con mi hermano, no van a tener suerte, él no se achica, si sabe quién tiene la campera,
¡la va a recuperar!
Rodolfo – ¡Ese es el problema! Yo lo conozco a tu hermano ¡¡y lo quiero mucho!! Pero tal vez… vos por la campera conozcas cosas, ¡que no quieras oir!
Ana – ¡Mirá! Yo voy a encarar a ese tipo ¡¡y me la va a tener que devolver!!
Rodolfo - ¡¡No me entendés!! ¡¡Con la patronal no hay que meterse!! Esos tipos, enseguidita te marcan ¡¡y
te mandan al muere!!
Ana - ¿Te bajan de categoría? ¿el sueldo?
Rodolfo - ¡Al muere! ¡¡Nena!! ¡¡Te hacen mierda Anita!! ¡¡Te matan!! ¡¡Entendeme por favor!!
Y los ojos de Rodolfo, se llenaron de lágrimas.
Ana conmovida dice:
Ana - ¡Amigo! Yo no sé, cómo se manejan acá, pero… por lo menos, averiguame la dirección de ese tipo ¿eh?
Devastado, pero ya repuesto dijo: sí.
Rodolfo - ¡Sí! ¡eso sí! Y con gran coraje dijo: ¡te puedo acompañar hasta la esquina de la casa!
Ana - ¡¡Dale!! ¡¡Si podés el sábado vamos!! ¡Llena de entusiasmo!
Rodolfo cansado y transpirando por la gran disyuntiva que elucubraba su mente, por un lado, la atracción que sentía por esa piba, con cara de muñeca y ojos color caramelo y por el otro, el miedo terrible,
que lo viera su jefe, cerca de su casa. En un acto heroico dijo: ¡¡sí vamos!!
Era jueves y todavía faltaban, dos días, para el sábado. ¡Vería a Joaquín en la fábrica! Tendría que disimular, tratar de no entablar, ninguna conversación con él. Cosa que no notara su nerviosismo y pudiera indagarlo. Entonces, tendría que confesar, que conocía a su hermana. Tal vez, ya no podría verla el sábado.
Joaquín, ¡¡no lo permitiría!!
Ya a la mañana siguiente, Ana, no quería contar a su padre, los planes pergeñados con Rodolfo.
Recuperar la campera, ¡no sería tan fácil!, sentía una aguda inquietud en el pecho, comenzó a anidarse, desde el llanto de Rodolfo.
Su papá al verla notó en su semblante un dejo de preocupación y no tocó el tema. Tomaron mate, y hablaron de otras cosas.
Llegó el sábado, se comunicaron por teléfono, y en colegiales fue la cita. Lugar de residencia del jefe.
Con un beso efusivo, se saludaron, en la estación de trenes.
Ana vestía una linda blusa rosada, con aros del mismo color y pantalones ajustados. Hacía mucho calor, al verla tan fresca, perfumada, saludable y radiante, Rodolfo, se sintió ¡¡enamorado!! Corriendo con sus dedos, los largos cabellos rubios, hacia atrás, Ana preguntó:
Ana - ¿Trajiste bien la dirección?
Rodolfo - ¡Sí! ¡Yo ya la sabía! Mirá andá por Amenabar a mitad de cuadra, vas a ver un caserón, con piedras en el frente, ésa es la casa. Por suerte el jefe, hoy no está en su casa. Tiene reunión de personal… ¡¡seguro que dará malas noticias!!
Ana pensó, qué lástima, ¡¡quería enfrentarlo!! Se dijo entonces, seguro estaría su mujer para atenderla.
Encaró decidida, tranquila, llevaba una foto en su cartera, donde estaba ella, con su hermano, quien tenía la campera puesta.
Tocó timbre de la hermosa casa, y desde la amplia ventana una cortina se corrió. El rostro de una mujer, de mediana edad, ¡se dejó ver!
Mujer - ¡Sí! ¿qué desea?
Ana – ¡¡Vengo por temas de la fábrica!! Gritó más de lo necesario, no quería dar la sensación, de ¡venir a pedir un favor!
La Mujer dudó si contestar desde la ventana o ¿abrir la puerta? Al ver que Ana era blanca, bonita y pulcra decidió abrir la puerta.
Mujer - ¿Qué temas? Preguntó secamente.
Ana sacó la foto de su cartera y dijo:
Ana - ¡Mire Señora!, su esposo trajo, ésta campera a su casa por equivocación, porque ésta campera, es de mi hermano.
La Mujer, al ver la campera, en la foto, ¡inmediatamente la reconoció! Acostumbrada a recibir cosas de su marido, que no les pertenecían.
Tragó saliva y pergenió un relato creíble. (desde hacía un tiempo atrás, meses tal vez… expulsaba cualquier objeto o prenda, que no lo haya comprado ella misma. Menos si venían de la fábrica. No quería comprometerse con nada ni nadie)
Mujer - ¡Mirá querida! Esa campera, vino, en unas cajas de repuestos, algún operario la puso, sin darse cuenta. Yo se la regalé, a un sobrino, que vive, en Villa Crespo y es hijo de mi hermana.
Ana con infinita paciencia, le pide la dirección entonces, en un acto de flaqueza, se la proporciona, pero ¡sin mirarle la cara!
Aunque la mujer del jefe, ¡esperaba éste momento! Por dos razones, la primera, era, porque sentía tanto fastidio por su marido y quería hacerle la contra y la otra, para aliviar, su ¡conciencia cómplice y muda!
Ya sus parientes, le venían reprochando, éste robo sistemático, y tan infame, con ¡los trabajadores de la fábrica!
Ana, corrió hasta el encuentro de su amigo, pronto partieron, a la nueva dirección.
Subían por el ascensor y arribaron al 6to piso, tocaron timbre y nadie respondió. Estuvieron largo rato esperando, por si regresaban los ocupantes del departamento. Pero ya cansados decidieron irse y volver al otro día.
Caminando por un largo pasillo, desilusionada, Ana, arrastraba sus pies, a modo de fastidio, por el piso de cerámica, bien lustrado. Cuando, se abre la puerta de un departamento vecino, y de repente, aparece una señora con ruleros en la cabeza. Tenía el rostro ¡desencajado! Los encaró preguntando, si ellos, ¿venían del departamento 18? Rodolfo cansado y molesto, pensó que hubiese querido, ¡ser invisible! Pero no obstante, despacio y con naturalidad, contestó ¡Sí! ¡Sra.!
Entonces la pobre mujer, comenzó a abrazarlos, acariciaba sus caras y los miraba, como si hubieran vuelto, desde el ¡más allá! De pronto comenzó a ¡gritar!... ¡¡Rajen!! ¡¡Rajen!! Anoche, se llevaron a ¡¡todos!!
Rodolfo, con el alerta, a flor de piel. Entendió el mensaje. Tomo el brazo de Ana, con una ¡fuerza inusitada!
Tanto que ella se quejó del ¡dolor! Encaró por las escaleras, creyéndolas ¡¡más seguras!! Alcanzaron a oir ¡los gritos desgarradores de la solidaria mujer! ¡uno se salvó! ¡uno de los hijos! ¡¡ahora está en la pizzería
Imperio!! Lo van a reconocer porque está, ¡¡con una campera negra de cuerooo!!... Bajaron rápidamente.
Tomaron la calle y agitados, llegaron a la pizzería, mirando con miedo hacia todos lados.
Ana no sabía de qué atajarse ni por qué, tal como si fuera un monstruo acechante y desconocido. Igual que muchos otros conciudadanos no lo conocí, porque en el año 1976 estaba muy bien disfrazado por la prensa argentina.
Así y todo, se compuso y entró a buscar ¡al hijo que se salvó!
Sentado en el lugar más oscuro del salón, encorvado con la cabeza gacha estaba el chico de 16 años.
Ocultado su rostro. Ana con la foto en la mano, acercó una silla. Mientras tanto Rodolfo quedó en la puerta.
En voz baja, le hablaba explicando el motivo de su presencia. El chico levantó la cabeza y enseguida confió en ella. Se sintió aliviado y agradecido porque estaba ahí ¡con él! Entonces Ana, hizo seña a Rodolfo pensó que ya podrían conversar los tres.
Llorando con lujos de detalles ¡contó todo!... Hasta dónde sabía. No comprendía ¿por qué se llevaron a toda su familia? Habían ametrallado todo el departamento ¡los militares que entraron a los golpes! Era demasiado para comprender. El chico sólo sabía que ahora ¡no tenía dónde vivir!
Callado y muy nervioso, sin dejar de sentir pena, por ese casi niño, Rodolfo escuchaba.
Ana con ternura maternal dijo:
Ana - ¡Vení con nosotros!
Rodolfo - ¡Estás loca! ¡No sabés en la que te metés!
Profundamente ofendida, de repente con carácter y cómo una leona, que cuida a sus cachorros, gritó:
Ana - ¡¿Por qué?! ¡¿No te da pena este pibe?! Se quedó sin familia, ¡no tiene dónde vivir! Ahora nosotros somos su familia. Vos ¡¿no tenés un lugar para este chico?!
Rodolfo abrió sus ojos grandemente ¡sintiéndose menospreciado! ¡Faltó una pizca para insultarla!
Pero… supo que tenía que ¡salir urgente de ese lugar! Llorando, el chico dijo:
Chico – Si ustedes me llevan, ¡yo les devuelvo la campera! Y antes que contestaran se lo escuchó decir: Me llamo Ezequiel!... Se levantó Rodolfo de la silla y al pasar frente a Ana, le gritó: ¡Sí tengo lugar!
Contenta Ana tomó la campera, pagó la cuenta, y dijo: ¡Vamos!
Sus caras lívidas de susto no sabían si correr o caminar despacio, por la Avenida Corrientes. Después de cinco minutos Rodolfo tomó las riendas de la situación, en tono de orden sentenció: ¡¡Mejor es separarnos!!
Cansada Ana aceptó.
Con un abrazo al chico y otro a Rodolfo, se prometieron con gran sentimiento, ¡volver a verse cuanto antes!
Ya con la campera en la mano, Ana se dirige hacia el departamento de su hermana. ¡Le contaría todo!
Ella es maestra y está al tanto de la situación política del país. Entonces, propone a su hermana menor, quedarse una semana con ella en Capital. Ana acepta gustosa, porque quiere mucho a su hermana.
Pasaron siete días y volvió a la casa de su padre. Era de mañana, seguro estaría su papá como siempre, tomando mate, bajo los árboles.
Pasó por el comedor de la casa y dejó displicentemente, la campera negra, en el respaldo de una vieja silla. Caminó hasta el fondo, mientras sus pequeños pasos, avanzaban, la distancia entre aquella piba que salió de su casa, a buscar una campera negra, inexorablemente se agigantó en el alma de esa mujer que camina despacio.
La preocupación por sus amigos, quedó instalada en su corazón ¡urgente iría a verlos, aunque fuera peligroso!
Respiró aire fresco, miró los árboles, pisó el pasto y se dijo: ahora nuevamente con su padre podría descansar, y a la noche prepararía la cena. Esperando a Joaquín y entonces ¡le daría una sorpresa! ¡Le entregaría la campera negra!
(La misma que perdió el encanto y el misterio para Ana) Charlarían hasta la madrugada, ¡tenía tantas cosas que contarle a su hermano!
Luego, al ver a su padre caminar entre los frutales, cosa infrecuente a esa hora. Lo notó más delgado, su barba blanca, más blanca y crecida.
Ana - ¡Hola! ¡qué novedades papá!
Casi encorvado, no articuló palabras.
Ana - ¡¿Qué pasa?! Angustiada temió otra vez…
Padre - ¡Hija! Hace una semana que Joaquín no vuelve a casa ¡Joaquín está desaparecido!
Los reflejos del sol esa mañana encanecieron, los cabellos núbiles de Ana.
Su alegría definitivamente se extravió en las profundidades de aquella tormenta infernal, ¡cuando todavía era feliz…!
(*) Escritora y poeta.