(Por Juan Chaneton)(*)
Cuando un dirigente venerado por las masas muere de muerte natural, los pueblos desamparados tienden a considerar, sin embargo, esa muerte como una muerte violenta. Cuando los niños del año 3000 abran sus libros de historia en las páginas del siglo XXI leerán quizás: Venezuela: Chávez; Bolivia: Morales; Ecuador: Correa; Brasil: Lula; Cuba, Castro; Argentina: Kirchner. Preguntarán entonces: ¿Eran los nombres de las capitales? No, se les responderá. Eran los nombres de los dioses de ese siglo. Y los niños del año 3000 se sacudirán la cabeza pensando en lo difícil que sería para los hombres del siglo XXI vivir en un tiempo en que los dioses vivían entre ellos.
No se trata de una banal apología de un presidente muerto. Es, apenas, una emocionada expresión de homenaje.
El hombre que no podía salir a la calle sin custodia, el odiado por todos, el insultado hasta el hartazgo por la “oposición democrática” de este país, entró en la historia grande de la política argentina como no lo podrán hacer jamás sus detractores de hoy. La razón: mal o bien; poco o mucho, Kirchner defendía ideales; los otros, intereses. Intereses de clase. De las clases que concentran el poder en el mercado (la riqueza social) y la influencia en la política.
Se le pidió no buscar confrontaciones inútiles. Y es lo mismo que se le pide ahora a Cristina. Pero ni uno ni otro confrontaron inútilmente. Hablemos claro: si el Banco Nacional de Datos Genéticos entrega a la jueza Sandra Arroyo Salgado pruebas definitivas acerca de la filiación de los jóvenes adoptados por Ernestina Herrera; si de esas pruebas surge lo que toda la sociedad sospecha, esto es, que fueron robados por los militares y entregados, vía Magnetto, a la Herrera, estando todos en cabal conocimiento de que eran niños robados a padres torturados y asesinados; en ese caso, Herrera y Magnetto terminarán sus días en una cárcel común, en una cárcel donde purgan sus deudas con la sociedad los delincuentes. Y este par de apropiadores serían autores de crímenes de lesa humanidad. No excarcelables.
De igual modo, si la justicia prueba lo que la sociedad también percibe como presunta verdad, es decir, que Lidia Papaleo fue torturada y/o sometida a violencia física y moral irresistible, en el marco del terrorismo de Estado, para que los diarios La Nación y Clarín se apropiaran de las acciones que los harían propietarios del Papel Prensa, la empresa de los Graiver, los autores de semejante latrocinio, de tan incalificable delito, deberán vivir hasta sus últimos días en la cárcel. En una cárcel común, como cuadra a delincuentes de esta ralea. Y aquí estaría involucrado no sólo el inefable Héctor Magnetto, sino también el impoluto padre de familia Bartolito Mitre, el de la oscura familia.
Y si para que todos puedan tener su diario, su revista, su canal, su radio, esto es, si para que todos tengan voz y no sólo los dueños de Papel Prensa; si para que ello sea una realidad argentina es necesario confrontar, esa confrontación no sólo no será inútil: es una obligación del gobernante que vela por la salud moral y la justicia en la sociedad que le ha tocado conducir.
Esto no es confrontar, ni “crispar” el ánimo de la sociedad, ni elevar los niveles de enfrentamiento. Esto habrá sido hacer justicia a favor de quienes fueron robados en su propiedad y en contra de los que perpetraron tamaña felonía. No hacerlo significaría violar el juramento presidencial. Y, lo que es también importante, sería traicionar la esperanza de millones de argentinos que, desde 2003 hacia acá, han comenzado a creer que la política puede ser algo mejor que un espacio cerrado y oscuro sólo accesible a los operadores de la hipocresía y del delito.
Néstor deja su legado: la política es el lugar que la juventud tiene que hacer suyo para realizar tanto sueño y tanta esperanza trunca. Pero Néstor pudo hacer esto porque primero abrió las fábricas y las fuerzas del trabajo volvieron a ser visibles y a actuar en política y a servir de apoyatura sólida para que ese Presidente enfrentara a las corporaciones y les dijera: aquí manda el Presidente porque al Presidente lo eligió el pueblo y a ustedes no los eligió nadie.
Ahora estamos frente al desafío de profundizar el modelo. El problema es que la profundización de un modelo autodefinido como “nacional y popular” tiene un techo. Y sólo alcanzar ese techo es tarea de gigantes en una Argentina cuyos factores de poder son la Sociedad Rural, los Bancos, la iglesia católica, el capital concentrado multinacional, la corporación judicial (que en todos los países juega para la derecha) y el terrorismo de Estado remanente.
Y aun si llegáramos hasta ahí, hasta los límites del modelo, habría que seguir avanzando para consolidar las conquistas, pues si se estanca se retrocede y retroceder significa que la derecha vuelve a ser hegemónica. Y avanzar significa orientar las fuerzas motrices del cambio hacia un modelo que ya no sería nacional y popular sino que incluiría este contenido al tiempo que lo superaría en una síntesis mayor: un horizonte no capitalista, una sociedad socialista.
Queriéndolo o no, sabiéndolo o sin saberlo, Néstor Kirchner lega estos dilemas a sus amados y jóvenes militantes.
Ojalá estuviéramos para decirles a esos jóvenes el día en que se hallen en la primera línea de fuego: ¡Conducción nacional…Ordene…!
jchaneton@gmail.com
Comunicación/Radios comunitarias
Publicado por La Oreja Que Piensa. Argentina 2010.