Agencia La Oreja Que Piensa. Por Susana Salina (*).
Las mujeres, progresivamente, fueron ganando espacios en las competencias olímpicas.
En los juegos celebrados en Río de Janeiro participaron cerca de 5.200 deportistas. Se logró, por primera vez, llegar al 45 por ciento de los casi 11.500 atletas concurrentes. No resulta extraño ver a las mujeres competir en diversas disciplinas. Sin embargo, algo que pareciera ser natural, que no provoca sorpresa, es el resultado de siglos de lucha.
Según registros de la historia sobre las Olimpíadas, todo comenzó con los Juegos Panhelénicos, que consistían en cuatro festividades celebradas en la Antigua Grecia: los Juegos Olímpicos (en honor a Zeus, celebrados cada cuatro años en Olimpia), los Juegos Píticos, los Juegos Nemeos, y los Ístmicos.
De todos ellos, los más prestigiosos eran los Olímpicos, iniciados en 776 a.C., incluían competencias como el Pentatlón (compuesto por lanzamiento de disco, jabalina, salto en longitud, carrera de stadion o carrera a pie y pugilato) la lucha, el pancracio que era otro tipo de combate cuerpo a cuerpo y carreras de carros.
La participación de las mujeres, en Olimpia, estaba totalmente prohibida, ni siquiera podían ingresar como espectadoras, la violación de tal prohibición estaba penada con la muerte. A la infractora se la solía arrojar por los barrancos del monte llamado Tipeo.
Pero una mujer venció esa veda, y se atrevió a romper con ese mandato patriarcal. En 396 a.C., en la Antigua Grecia, Ferenice que fue hija, hermana y madre de deportistas vencedores; se propuso presenciar la competencia de su hijo Pisidoro. No encontró otra alternativa más que vestirse de hombre y mezclarse entre ellos.
Cuando su hijo alcanzó la victoria, desbordada de felicidad, corrió para abrazarlo, y la túnica que envolvía su cuerpo, en un descuido, cayó, dejando al descubierto su condición de mujer. Sin embargo, Ferenice tuvo suerte, conservó su vida, fue indultada por pertenecer a una familia de aficionados deportistas. Pero, para evitar que otras mujeres reprodujeran su osadía, se obligó a los hombres a participar desnudos.
Otro caso desafiante fue el de Cinisca, una mujer Espartana, hija de Arquídamo II y hermana de Agesilao II, reyes de Esparta. Se convirtió en la primera mujer en ganar los Juegos Olímpicos de la antigüedad. Una de las pruebas era la carrera de carros de caballos. En las competencias hípicas de la antigua Grecia, la victoria le correspondía al propietario de los caballos y no al auriga, esclavo que conducíala biga, vehículo ligero tirado por caballos.
Cinisca participó con sus caballos y ganó la prueba de los Juegos del 396 y 392 a.C.
La historia de la vencedora Espartana se conoce porque en su honor se erigió una estatua de bronce en el templo de Zeus, en Olimpia.
Los últimos Juegos Olímpicos de la antigüedad se celebraron hasta el año 393 d.C. Posteriormente, el emperador romano Teodosio I, el Grande, un adicto al cristianismo, los prohibió por considerarlos una celebración pagana.
Los primeros Juegos Olímpicos Modernos se celebraron en Atenas en 1896, y fueron organizados por el francés, Pierre de Coubertin. El Barón ferviente amante del mundo griego, consideraba que el papel que debía desempeñar las mujeres en los Juegos Olímpicos era, sobre todo, el de coronar al vencedor. Así como en la antigüedad, en la modernidad, tampoco se permitió la participación de la mujer. En 1900, fue diferente, compitieron en deportes como golf y tenis.
Para Alice Milliat no era suficiente.
Nacida en Nantes, Francia, en 1884, fue una ferviente luchadora por la inclusión de la mujer en las Juegos Olímpicos, sobretodo en otras disciplinas como el atletismo. Alice era una apasionada por el deporte, practicaba remo y fútbol. No entendía por qué, si la mujer era lo suficientemente fuerte y buena para efectuar el trabajo de los hombres cuando estalló la I Guerra Mundial, eran consideradas frágiles para ser incluidas en otras disciplinas olímpicas.
En 1915 fundó el Club Fémina de París para promover el deporte entre las mujeres de la ciudad y tuvo tanto éxito, que en 1919 creó la Federación de Sociedades Femeninas de Francia. Ella solía acompañar a su marido en sus constantes viajes, era traductora de profesión y hablaba varios idiomas, eso le permitió, de a poco, ir tejiendo una red de contactos internacionales que la ayudaron en el reconocimiento de la mujer deportista.
Así nació la Federación Deportiva Femenina Internacional que obtuvo gran relevancia. Ante el avance de la mujer en el mundo deportivo, el Comité Olímpico Internacional (COI) se vio obligado a permitir su participación, y por primera vez, en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam de 1928, pudieron competir en atletismo y gimnasia, estableciendo récords mundiales en todas las pruebas.
Cosa de hombres
Corría el año 1967, en aquel momento se consideraba a la mujer totalmente incapaz de completar 42 kilómetro corriendo. La maratónica carrera era cosa de hombres. La alemana Kathrine Virginia Switzer sabía que eso no era verdad. Llevaba meses entrenando, y los 42 kilómetros no eran obstáculo para ella. Se inscribió como K V Switzer y fue aceptada. Boston era su desafío.
Llegó el momento de la competencia, se vistió de tal forma que no la reconocieran mujer. Acompañada de su entrenador y su novio, fue observada por el resto de los participantes, que lejos de molestarse, le deseaban suerte. Mientras avanzaba los kilómetros a buen ritmo, se fortalecía su confianza. Iba todo perfecto hasta que escuchó que alguien le gritó “fuera de mi carrera”, era Jock Semple, director del maratón. La agarró de los hombros y la empujó, consiguió arrancarle el dorsal que llevaba el número 261, aún así no logró apartarla de la carrera. Los periodistas acreditados, lograron captar las imágenes. Kathrine alcanzó la meta, terminó la carrera. Demostró que un maratón también es cosas de mujeres.
Posiblemente, Kathrine se sintió inspirada en la hazaña de la bostoniana Bobbi Gibb que se ocultaba entre los arbustos, cerca de la línea de partida, cubierta con un buzo con capucha. Cuando daban la señal de salida comenzaba a correr, luego se mezclaba con los concurrentes para poder disputar la carrera, sin inscribirse, pues no le estaba permitido por ser mujer. Participó en la competencia de la prestigiosa capital de Massachusetts en 1966, 1967 y 1968. Tuvo que pasar 30 años para que le reconocieran sus triunfos y le entregaran sus medallas en 1.996, consagrándose como la primer mujer ganadora de la maratón de Boston.
Aunque la mujer, progresivamente, fue ganando espacio en las competencias, no tenía voto en los asuntos Olímpicos. Luego de ochenta años, durante la presidencia de Juan Antonio Samaranch, se permitió su inclusión en las estructuras políticas del COI. Las primeras dos mujeres en ser admitidas fueron la venezolana Flor Isava Foncesa y la finlandesa Pirjo Haeggman, en 198.
La gran novedad en los Juegos de Londres de 2012 fue la incorporación del boxeo femenino. Hasta entonces, era el único deporte sólo para hombres.
Tal vez, en los próximos Juegos Olímpicos a celebrarse en Tokio en 2020, se pueda hablar desde un plano de igualdad, tanto en las competencias de hombres y mujeres, como en la participación en las estructuras políticas del COI.
(*) Periodista