Se llamaba Azucena, nada más que Azucena.
Fue después, mucho más adelante en el tiempo, que supe, que Azucena era el nombre de una flor.
Aquel día, había estado un poco tenso, en realidad, desde la noche que la conocí en el “Las Vegas”, es que andaba un poco tenso. Fue aquel sábado de carnaval, en que a mi amigo el Coqui, se le ocurrió ir al “New Las Vegas”, que venía a ser el antiguo “Juventud”, remodelado. Allí estaba ella, allí vi, por primera vez su cabellera lacia y larga, hasta más allá de cualquier sueño y aquellos ojos prepotentes, que te obligaban a mirarlos; de haber existido el personaje, hubiera pensado, que era la mismísima Pocahontas, de carne y hueso. Desde aquella noche y por ser bien agradecido, al Coqui, lo quise mucho más. Tanto así, que pasó a ser, de uno del montón, a mi amigo preferido. El mejor amigo de mi infancia.
El “Las Vegas”, era un lugar un poco raro, demasiado modernoso para nosotros, acostumbrados al “Club Social y Deportivo Defensores de Belgrano” (modestamente “El Defe”), que de social muy poco y de deportivo nada de nada, a no ser que los directivos, el loco Travieso y su hermano el Goyo, consideraran deporte, el billar y el truco.
Sí, pensándolo bien, fue desde aquel día que anduve un poco tenso y demasiado ansioso.
La música del Las Vegas, también nos sonaba estrafalaria, al menos a nosotros, los pendejos del Defe. Para los caqueros, todo estaba genial, se movían por la pista como pez en el agua. Algunos, se pasaban de la raya y sacudían sus cuerpos como si estuvieran poseídos por algún demonio, parecían atacados de epilepsia. Al promediar la noche y con un jerez Tío Paco en la mochila, me animé; a esa altura, Pocahontas, ya había cruzado unas cuantas miradas con nosotros. Aunque la primera, se la había ganado el Coqui, conmigo, se tomó un poco más de tiempo y hasta me pareció notar que sonreía.
El pasodoble y el Tío Paco, me envalentonaron. Ocurría que el vals y el pasodoble, sobre todo ese, “Yo quiero ser torero”, eran mi especialidad; así que me dije, ¡Esta es la mía!, y me lancé, todavía no se como, pero me animé.
Con un suave cabeceo la saqué a bailar. Cuando vi que accedió y avanzó hacia la pista, casi me caigo sentado de culo. Lo primero que pensé, fue rajarme, después, hacerme el gil o suicidarme, pero no, gracias a Dios, la cordura y el orgullo de macho, pudieron más, así que, respiré hondo, tomé coraje y sin armadura, me lancé al ruedo.
Pasitos cortos y arrastrados, frenada suave y al compás, varios pasos laterales y otra vez hacia delante. ¡Sin ninguna duda, el pasodoble era lo mío!
Aparte del nombre y la emoción, aquella noche, conseguí una promesa; Azucena, iba a hacer lo posible, para convencer a la hermana. El próximo sábado, trataría de ir al Defe.
En la semana, le pedí, mejor dicho, le rogué, a la vieja, unos bataraces con botamangas Oxford, como usaban los caqueros del Las Vegas y ella que, ¡Ni en pedo!, que ¡Para que me había comprado el trajecito blanco! Y yo que ¡Ni loco, que de cortos ni loco! Y mucho menos ahora, después del estirón; que ¡No iba a soportar las cargadas! ¡Que antes muerto! Y que sí, y que no, y ¡Por favor mamita! Y besos compradores, hasta que al fin, el agua socavó la piedra y me hice de un Oxford de treinta y dos centímetros de botamanga y la vieja se ganó unas extras, en la fábrica del gallego López.
Ese sábado, con el Coqui, hicimos lo de siempre, jugamos a las cartas en su casa y armamos una guerra de escupidas, en la del tano Mingo. A la tarde, fuimos para el club y jugamos una raya, en el billar chico. En el profesional, el Coto, daba cátedra a tres bandas, ¡Ese sí que era un genio! Si hasta tenía un taco propio, con cachas de marfil y filetes dorados. Esa tarde el Coqui, me cagó a carambolazos, bagres incluidos; yo, seguía sin poder concentrarme. A las seis, tronaron los parlantes. La voz del “loco Sanz”, se encimó a la orquesta de Juan D’Arienzo, el rey del compás, que con su milonga característica, comenzaba la velada. “Baile y diviértase”, la voz engolada que invitaba, “esta noche a partir de las veintidós horas”, se filtraba por todas las hendijas de mi barrio, “en el Club Social y Deportivo Defensores de Belgrano” y algunos perros aullaban, “con la presentación del Tío Tito Sobral” y el viejo Sebastián, que vivía a los fondos del club, despotricaba, “y la jazz Los Bambis”. ¡Sí!, no era una noche de carnaval común ¡Era con orquesta!, además, Azucena, me había dicho que tal vez vendría.
A las nueve y media, ya hacía más de media hora que luchaba con el jopo, la idea, era que me salga igualito al de Elvis, en la última peli, pero ese sábado, los pirinchos, estaban intratables. A las diez menos cuarto, cayó el Coqui, él sí estaba de cortos, pero claro, todavía, no había pegado el estirón, en lo que sí me aventajó, fue en el cambio de voz; a veces, le patinaban las palabras y se le escapaban unos sonidos de pito, que a nosotros, los de la barra, nos hacían cagar de risa y a él, lo recalentaban mal. El Coqui intentó convencerme de ir al Las Vegas, pero mi mirada asesina, lo hizo desistir inmediatamente del intento.
En la entrada del club, nos encontramos con el resto de la barra, el tano Mingo, Luisito Loguzzo, el petiso Ozán y Carlitos Acevedo. Boludeamos un buen rato y cuando habilitaron la boletería, entramos todos juntos. El petiso, se había venido disfrazado de cowboy y el tano, de ciruja; como ellos eran los más grandes, pidieron una Quilmes, para reservar la mesa. Luisito y yo, compramos la Crush, para realizar la mezcla.
A las once, el Defe, ya estaba casi lleno, yo, no podía despegar los ojos de la puerta de entrada. Los chicos, bailaban los foxtrots, que tocaban Los Bambis y aprovechaban los descansos, entre tema y tema, para corretear a las chicas y tratar de meterles el papel picado adentro de la boca.
“Terminantemente prohibido jugar con agua” decía el Loco Sanz, modulando la voz, “y ahora, a pedido del señor Juan Carlos, un bonito tema, dedicado a su hermosa novia”, (la gorda Cristina y su prontuario), eso no lo dijo, eso lo pensé yo, entre mirada a la puerta y mirada a la puerta.
Once y media, hizo su entrada el Tío Tito Sobral, y la euforia ganó la pista. Primero, fue un tango y acto seguido, una milonga; para ese entonces, yo, ya estaba desahuciado. ¡Seguro que no la pudo convencer!, ¿Se habrán ido al Las Vegas?, ¡Que mala suerte la mía! y ¡La puta madre que lo reparió!
El primer pasodoble entró con ella, mejor dicho, al revés, ella, hizo su entrada triunfal, con Joselito cantando un pasodoble, como música de fondo. Tuve que esforzarme, para mantener la mandíbula en su lugar y para apaciguar mis latidos, que resonaban tanto, que tapaban las arengas del Tío para que los danzarines bailaran, corazón a corazón. Al pasar cerca de la mesa, Azucena, me miró de soslayo y esbozó una mínima sonrisa a modo de saludo, yo intenté hacer lo mismo, pero lo mío fue más mueca que sonrisa, de pasada, relojeé a la hermana, quien, con aire de superioridad justificada, desparramaba su mejor sonrisa picarona.
Se ubicaron en el otro extremo de la pista, unos treinta metros en diagonal, que en mi estado de conmoción, parecían kilómetros de ripio.
Con gran esfuerzo y extraordinaria voluntad, pude lograrlo y en un santiamén, ya estaba perdido entre sus brazos, dando vueltas y más vueltas, llevando los compases de “Desde el alma”, reconociendo esa cintura angelical y breve, que jugaba a ser mujer y mareándome feliz, en el vaivén inaudito, del océano negro de su pelo.
Fue así que, perdido como estaba, no pude frenar la voltereta a tiempo y nos estampamos, contra la pareja que formaban el gordo Gutiérrez y su contundente esposa. Casi una catástrofe, que no fue tal; el impacto, aguzó mi sentido de la oportunidad, el riguroso espacio que había entre nuestros cuerpos disminuyó de tal manera que, pude sentir el vaivén de su respiración y nuestras caras, se acercaron tanto que, me resultó imposible contenerme. Mi espontaneidad y la inconsciencia, me llevaron a un final tan delicioso como impensado. Allí, en medio de la pista del Defe, una noche de carnaval y en la mitad de “Desde el alma”, conocí la incomparable sensación del primer beso.
Se llamaba Azucena, y mucho más allá en el tiempo, supe, que Azucena era el nombre de una flor.
(*) ”Soy ser humano, poeta y escritor, en ese orden…” Así se presenta este argentino nacido en 1949 en el barrio de Colegiales.
Publicó en el año 2000 un libro de relatos y poesías. ”juegos de cartón y luna”.
Su primera novela “La lluvia inversa” todavía no está editada.
Actualmente vive en la localidad de Los Polvorines, Partido de Malvinas Argentinas. Provincia de Buenos Aires. Argentina.