Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina 2011.Por Lorenzo Stanchina (De Corrientes y Maipú. Editorial Americana de Buenos Aires, 1960)
La laboriosa barriada de la Boca se aprestaba a celebrar con ritmo salvaje el triunfo del club de su advocación. El primer equipo de Boca Juniors, era ya virtual ganador del campeonato, pues aunque perdiera el último encuentro del fixture lo mismo se clasificaba campeón.
Faltaba aquella noche, todo el sábado y parte del domingo para que la Boca diese su espectáculo de fanatismo colectivo. Una frenética multitud se lanzaba a la calle a honrar a sus ídolos.Hombres de cabellos blancos y mujeres abuelas confraternizaban con una juventud exaltada. La calle Almirante Brown, a todo lo largo, era un friso humano pintado por el violento pincel de Quinquela Martín. Señoritas, jóvenes y niños disfrazados, se enronquecían gritando desde los carros y los automóviles policromamente adornados.
Un padre fanático cargaba en andas al hijo de meses, vestido con los colores de Boca y dos desmelenados, envueltos en banderas azules y amarillas, se distorsionaban por el centro de la calzada, alfombradas con serpentinas y papel picado.
En las pardas y quietas aguas del Riachuelo pitaban enloquecidos los remolcadores. Varios muchachones con la lengua afuera, llevaban cartelones con los retratos de los ídolos y leyendas alusivas.
Y aquel estruendoso torrente de bocinas, matracas, cornetas, pitos y gritos resonaba con rumor bélico dentro de las casas con muros de chapas de cinc.
El culto a los héroes terminaba en las mesas de los cafés, las pizzerías y junto a los mostradores de estaño, mientras que la juventud se ponía a bailar a los compases de un tango del convecino Filiberto tomando por pistas las aceras, llenas de serpentinas, papel picado y ollejos de lupines.