Agencia La Oreja Que Piensa. Febrero 2024. Por Aníbal Faccendini (*)
El 26 de noviembre de 2007 por Resolución 62/10 de la Asamblea General de las Naciones Unidas se estableció el 20 de febrero como el Día Mundial de la Justicia Social.
La evolución de esta concepción y visión nos señala una trayectoria histórica de cultura y resistencia de la humanidad para lograr lo que hemos llamado una sociedad armonizada.
Actualmente estamos muy lejos de eso, por el predominio del totalitarismo de mercado que el neoliberalismo logró imponer tras las victorias, entre otras cuestiones, de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en el siglo pasado.
Es un dato, nada novedoso, que el mercado ha triunfado en casi toda la Tierra, ya sea como capitalismo de Estado, absolutismo de mercado o capitalismo social de mercado con intervención estatal.
Estas tres configuraciones son las que predominan en el mundo. La justicia social comulgará con la primera y tercera conceptualizaciones.
A fines del siglo XVIII, con la Revolución Industrial se empezaba a plantear la injusticia social de la pobreza y la miseria a la que estaban sometidos los trabajadores y el pueblo.
En la Revolución Francesa los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad ejercerían su influencia en la construcción de la justicia social.
En la mitad del siglo XIX se le atribuye al sacerdote jesuita Luigi Taparelli D’Azeglio la expresión ya específica y concreta de justicia social. Así, para el jesuita era un derecho de los hombres acceder a la justicia social, como comunidad humana e hijos de Dios, ya que éramos distintos e iguales en el acceso a los bienes.
Luego será John Stuart Mill el que utilizaría el concepto. Lo veremos también de otro modo en el constitucionalismo social de principios del siglo XX, en las cartas magnas de Weimar, en México y en Argentina en la Constitución de 1949 y 1957.
Y, con el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón y antes el de Hipólito Yrigoyen, así podemos visionar la justicia social y los derechos sociales que marcarían una impronta esencial en todo el siglo XX y aún en el XXI.
El mundo del totalitarismo de mercado de la segunda y tercera década de este siglo fagocita a la justicia social para expulsarla y generar una regresión decimonónica sin derechos sociales ni humanos.
A ello se le suma un individualismo extremo, donde se diluye la presencia del Estado y el reclamo ciudadano va dirigido en clave de vecinalización. Es decir el reclamo de las personasr ya no va dirigido al gobernante de turno, que es el que le impone las condicione precarias de vida, sino contra otro vecino, contra su par, por múltiples argumentos, ya sea porque tiene un subsidio social por desocupación, porque tiene más bienes, o porque no trabajó u otros múltiples motivos reales o no.
Así, la energía del reclamo por injusticias sociales de las personas se horizontaliza y logra eximir de responsabilidad al gobernante, que de suyo es el verdadero y único responsable de la deteriorante calidad de vida de las personas de la sociedad civil.
Podemos observar también que la situación de la diáspora social bajo el totalitarismo de mercado es grave: en este planeta hay más de 3.300 millones de trabajadores, más de 700 millones de ellos en situación de pobreza, la desocupación trepa a mucho más que 192 millones, unos 250 millones sufren accidentes de trabajo por año, más de 160 millones padecen enfermedades del trabajo, hay 3.000 fallecidos por accidentes laborales por día y 1 millón de suicidios anuales, muchos de ellos con vinculación social y laboral.
La recesión económica y el totalitarismo de mercado agudizan la violencia y son deteriorantes muy graves de salud. Máxime en una sociedad de deseantes ilimitados, sin capacidad de frustración, pero que el sistema les imprime encima más frustración por promesas incumplidas del dominante, que señalizan también una violencia que vecinalizan.
El logro impresionante cultural del neoliberalismo es hacer asumir la responsabilidad al vecino común. Un fenómeno sociológico muy pocas veces visto. Estar mal dejó de ser un problema a responsabilizar al poder de turno, para transitivamente responsabilizar al vecino, por ejemplo por ser titular de un plan social, a los pobres y al pequeño comerciante que aumenta los precios. En Argentina hubo en los 90 un ministro de Economía, Domingo Cavallo, que lloraba mientras esquilmaba a los pobres jubilados, que además logró subjetivizar a las personas que no salían de la pobreza por culpa de ellas.
El neoliberalismo para el conjunto de la sociedad ha resultado un fracaso. Transversalmente el liberalismo y el neoliberalismo han traído penurias económicas para la ciudadanía en los años 1959, 1966-1969, 1975, 1976-1983, 1990-2001, 2015-2019 y 2023 al presente.
Es sabido que los planes económicos no son para beneficiar a todos, siempre hay ganadores y perdedores. El problema es cuándo los perdedores son siempre el conjunto de la sociedad, los trabajadores y la clase media.
Otra de las falacias planteadas por el totalitarismo de mercado es el crecimiento macroeconómico del PBI, en Argentina en el período de 1880 a 1914 hubo un salto extraordinario de crecimiento, pero no de desarrollo social, porque la acumulación de riquezas se daba en muy pocos actores económicos concentrados sobre una población sin justicia social ni derechos sociales.
No hay crecimiento si no va acompañado con desarrollo social.
La vecinalización de la violencia y el exilio de la justicia social se profundizan con los discursos fundacionales, los planteos de que viene lo peor si no se obedece lo que ordena el Ejecutivo es historia conocida no sólo en nuestro país.
La fecha del 24 de marzo de 1976 fue elegida para el golpe cívico militar, porque en el pasado fue el inicio en 1816 del Congreso de Tucumán, los militares asumían con un planteo de salvar la Argentina que como sabemos terminó todo en un gran desastre.
El 8 de julio de 1989 también el PEN planteaba que era el refundador del país, en 1991 la ley 23.928 de la convertibilidad se realizó con otro discurso fundacional y así podemos seguir. Hay que sospechar y mucho respecto a los discursos fundacionales porque esconden autoritarismos, falacias y manipulaciones.
Por todo ello, la justicia social democrática es esencial para una sociedad armonizada porque responde a las condiciones existenciales de las personas, fundamentalmente en mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía, también lograr bajar los niveles de frustración social, lograr que las personas se focalicen en las responsabilidades del gobernante de turno y no responsabilicen a otro vecino por sus penurias sociales, evita la desregulación de la culpa y de la envidia y fundamentalmente permite dirimir lo que es un salto económico macro respecto al desarrollo económico con derechos sociales y bienestar para los componentes de la sociedad.
La justicia social no se trata de la falaz e injusta teoría del derrame sino del derecho a la distribución de la riqueza por parte de la sociedad. Porque la riqueza que generan las inventivas y esfuerzos de los empresarios y la propiedad privada también se ha generado en una sociedad determinada, con el esfuerzo indirecto de dicha comunidad. La ganancia privada se produce en la Tierra, en un país y en una ciudad determinada. No es extraplanetaria.
(*) Aníbal Ignacio Faccendini, es director de la Cátedra del Agua de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Colectivo Argentina del Ágora de los Habitantes de la Tierra, Centro Interdisciplinario del Agua, de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales (UNR).