Agencia La Oreja Que Piensa. Por Carol Calcagno (*)
Un 19 de mayo de 1972 Tanguito abandonó su cuerpo físico. Doña Berta, esperanzada, había alquilado un departamento con teléfono para cuando saliera del Hospital José Tiburcio Borda. Él mismo se lo había pedido ¿Será que los finales nunca son esperados?
En su momento no se supo mucho de su muerte, aunque los amigos más cercanos guardarían el secreto, por miedo, pudor o quién sabe qué. Eran tiempos difíciles, hoy se puede comprender. El presidente Juan Carlos Onganía y más tarde, Marcelo Levingston y Alejandro Agustín Lanusse, estuvieron en el poder.
De todas maneras, lo que más importa de una persona cuando se esfuma la materia es la esencia. Sin dudas, es la esencia la que perdura en el aire. Y Tango la dejó a través de un legado minucioso, que recobró voz y fortaleza con el paso del tiempo. Vivamos su breve historia.
José Alberto Iglesias, provenía de una familia con raíces española y africana. La abuela materna inmigró de Cabo Verde, estado que costea las orillas del océano Atlántico mientras que su otra abuela al igual que su padre llegaron a la Argentina desde Pontevedra, Galicia.
Tiempo después, el Gallego, así lo llamaban a su papá, conoció a Juana y decidieron tener dos hijos, uno fue Tanguito, quien nació el 16 de septiembre de 1945 y cinco años más tarde llegó Carmen.
Su infancia transcurrió entre Santos Lugares y Caseros, provincia de Buenos Aires. Aparentó ser un chico como tantos otros, aunque uno de sus mejores amigos, contó distintas anécdotas que señalaron los primeros trazos de un artista que comenzaba a vislumbrar. Quique Spinelli vivía frente a la casa de la calle Olivera. Y recuerda:
“Le pusieron el apodo de Tanguito en el Club El Triunfo de Caseros. José tenía una manera rara de bailar tango, lo mezclaba con unos pasitos de rock Se hacía notar. Era muy buen bailarín. Y tenía mucho arrastre con las pibas del barrio.
Tenía una minita que lo acompañaba muy bien, nosotros nos matábamos de risa, eran muy cómicos verlos bailar. Éramos varios, estaba Juan Merlo, al que le decíamos Talacasto; Eduardo Cencig el Oveja; Antonio Rizzo, Oscar Buonovizo, Enrique Bardelli que vivía en Palomar y yo.
Teníamos entre 14 a 15 años, a esa edad se podía entrar en el Club Colón, empezaba a la tarde, era similar a la matineé de ahora. Llegada la noche, nos filtrábamos en El Triunfo, íbamos de saco y corbata. Tango, era muy simpático y solía ponerse un traje negro cruzado que lucía espectacular, pero cuando nos agarraba la mañana aparecían las manchas de grasa.
José tenía muchos discos de pasta de 78 rpm eran de todos los rockeros de la época. En las disquerías había unas cabinas especiales para escucharlos, yo siempre iba con él y nos tenían que sacar de prepo, pasábamos bastante tiempo ahí dentro.
A Tanguito le gustaba mucho la música, creo que demasiado. En el Triunfo, llevaba sus propios discos hasta que una vuelta de regreso a la casa, unos turritos que le tenían algo de envidia, se los sacaron y los rompieron. Creo que fue lo peor que le pudieron haber hecho, nunca más llevo nada”.
En este mismo tiempo, Juana lo llevó al colegio Instituto La Merced, pero él decidió abandonar. Así que ella trató de acercarlo al estudio, de alguna manera, y lo inscribiéndolo en la Escuela Municipal de Jardinería Cristóbal María Hicken, ubicada dentro del Jardín Botánico. José durante las horas de clase se peinaba en el reflejo de la ventana del aula hasta que los profesores hablaron con la mamá. Y ella, confesó:
“El maestro me contó que estaba dictando un ejercicio, mientras mi hijo escribía una canción. Volvió a repetirme que lo deje y me dijo: Gardel, ¿quién era?, ganaba el dinero igual. El suyo era un trabajo como todos”.
En las radios la música estallaba, el rockabilly marcaba pasos efervescentes, bajo una función rítmica de gran velocidad donde la guitarra, el bajo y la batería acompañaban una voz expresiva montada en aclamaciones.
Billy Haley y Sus cometas como Elvis Presley, junto con Little Richard y Jerry Lee Lewis, giraban en el mundo influenciando a gran cantidad de artistas. Mientras que en México, el cantante Enrique Guzmán vocalizaba el grupo Los Teen Tops, banda pionera del rock en español.
Y en Inglaterra, Liverpool, se afirmaban The Beatles revolucionando el pop rock, que género un antes y después en la historia musical. Y en Estados Unidos el jazz ya venía dejando huellas gigantes, con artistas como Miles Davis, John Coltrane, Chet Baker, Ray Charles, Woody Herman, entre tantos otros que creaban de manera intensiva para girar y girar en distintas partes del planeta.
Y en Buenos Aires, estaba la agrupación The Clifton jazz que se desintegró formando dos bandas, una Los Pick-up y la otra Los Dukes. Estos últimos, decidieron publicar un aviso en el diario, solicitando un cantante. Y Omar Pulcini, saxofonista del grupo, comparte:
“Cerca de las doce y media -casi una menos cuarto- de la madrugada, apareció en mi casa una persona: era Tanguito. Lo hice pasar y le pedí que cantara a capella. Escuché dos o tres canciones, estaba con la guitarra. Noté una voz comercial, arrastrada; como dijo Cacho Castaña: una garganta con arena”.
Y ahí fue cuando comenzó su carrera musical. En el año 1963 graban el simple, con los temas Mi pancha, compuesto por Tango, y Decí por qué no querés, de Dino Ramos. En ese tiempo ensayaban en el Liberal de Chicago.
Luego de dejar Los Dukes, José encaminó atajos más solitarios, vestido de negro y con la guitarra colgada de un hombro, convertido ya en un Tanguito más bohemio, llegó a La Cueva de Pasarotus y la noche porteña lo envolvió en ritmos jazzeros y tantas otras cosas más.
Este lugar estaba en un pequeño subsuelo, ubicado en la avenida Pueyrredón 1723, la música era la dama de gala donde los habitués buscaban encontrarla.
Durante la noche aparecían los llamados cueveros deseaban deleitarse por el sonido primario que no dejaba de vibrar a través de extensas jam session que replicaban versiones en castellano de temas como The house of the rising sun de The Animals, Whole Lotta Sakin´ Going ond de Jerry Lee Lewis, Ticket to ride de The Beatles y Blowing in the wind de Bob Dylan.
Tango aportaba lo suyo con los covers de Tutti Frutti y Hound dog de Elvis Presley. Pero no solo era música, también subía al escenario e improvisaba sus temas, con los de otros y también bailaba. Imitaba, simulaba las expresiones de Jerry Lewis, en la película The Bellboy.
En ese espacio conoció gente e incluso se unió al naufragio que muchos empezaron a vivir yendo de un bar a otro y para terminar más tarde en La Perla de Once, donde seguía la composición en el baño o en las mesas que rodeaban un café con leche como centro de unión entre bohemios, estudiantes de filosofía y vendedores que ambulaban para ganarse el pan diario. Y también, vivencias.
El arte vestía las calles y los jóvenes se imponían al modelo gris que prevalecía en la sociedad. Enfrentaban a la represión que atacaba en primer lugar al estilo. Y luego a las ideas, como siempre sucede.
La intención era desarraigar el pensamiento crítico y toda actitud que pueda acarrear rebelión, por eso no al pelo largo, no a la ropa de color, no a los grupos en espacios abiertos, pero la actitud se afianzaba más antes los no.
Y en septiembre de 1967 se convocó a la Marcha Hippie por medio de panfletos escritos a máquina. Y la plaza San Martín se llenó, tras la organización realizada por Pipo Lernoud y Mario Rabey. Y el 20 de octubre de 1967 para RCA Victor Tanguito grabó Amor de Primavera junto con un compilado de canciones, bajo el nombre Yo soy Ramsés, material registrado en Estudios TNT, que salió 40 años después de su edición, post mortem.
La juventud estaba en estado de ebullición y las nuevas generaciones habían entendido que la contradicción no era con violencia, también se podía actuar sin agredir, unificándose tras el mismo slogan Peace and Love que movilizaba a miles de americanos en Estados Unidos, afianzando una contracultura, que también se manifestaba en Europa.
La psicodelia atrapaba los colores intensos y electrónicos, detrás de los ácidos lisérgicos que mataban la moral y permitían la necesidad de expresión. Pero volviendo a nuestro país, y yendo hacia el sur, se armó un grupo de hippies en El Bolsón.
Ellos empujaban la idea de vivir en comunidad, vivir de una manera opuesta al consumo occidental y priorizar uno de los deseos primordiales del hombre como lo es la creación.
Sin embargo, los poderes existieron y existen históricamente, y en eso no se puede obviar el dominio oficial. En relación a esto, Mario Rabey, escribió:
“Un día, en ese fin de 1967 en que acampábamos en Valeria del Mar, varios de los hippies nos fuimos a Villa Gesell. En esa época, la actual ruta interbalnearia era una huella de arena con ripio encima para que los autos no se quedaran encajados. Era de tarde, y la policía nos paró por la calle.
Eramos sencillamente un grupo de chicos muy jóvenes. Me parece que en ese paseo no iba con nosotros ninguna chica, casi todos con el pelo largo, la mayoría con barba y vestidos con las ropas más coloridas que habíamos podido conseguir.
Debíamos estar bastante limpios porque nos bañábamos y lavábamos la ropa mucho en el mar; aunque supongo que no teníamos una pinta demasiado prolija, para los estándares de la época. De repente, algunos policías nos pararon y, directamente nos llevaron a la comisaría, sin decirnos nada.
Cuando llegamos, pregunté a un oficial por qué nos habían detenido. Me contestó: porque Don Carlos no quiere hippies en la Villa. Supuse que se refería a Don Carlos Gesell, el en ese entonces un poco mítico creador del balneario.
No me pareció demasiado verosímil que Don Carlos se ocupara de esas cosas, pero no tuve oportunidad de verificarlo. No nos dieron demasiada importancia, y nos dejaron en un calabozo, donde recuerdo que hacía bastante frío.
Otros presos nos prestaron unos diarios para acostarnos encima, explicándonos que el papel aísla del frío. Durante la noche, algunos polícías nos despertaron y nos dijeron que nos iban a llevar afuera de Gesell, porque éramos indeseables.
Aunque no les habíamos dicho dónde estábamos acampando, ellos sabían: nos subieron a dos jeeps y nos llevaron por el camino hasta cerca de Valeria. Allí nos hicieron bajar y se fueron. Nos pusimos a caminar, buscando la entrada a Valeria.
Repentinamente, llegó un ford falcón, estoy casi seguro que sin patente y, en mi recuerdo, verde. Varios hombres, creo que cuatro, se bajaron, nos golpearon, nos agarraron a varios y nos cortaron el pelo.
Estábamos muy asustados y doloridos. De ninguna manera estábamos preparados para esa situación. Yo pensé que también nos podían matar, porque eran muy fuertes, mucho más fuertes que nosotros, y con una voluntad de pegar que nosotros no teníamos en lo más mínimo. Por el contrario, nosotros éramos activistas de la no violencia.
En cuanto pudimos zafar, empezamos a correr por los médanos. Al principio nos seguían. No me detuve a mirar para atrás, pero estaba seguro que nosotros corríamos más rápido que nuestros perseguidores. Cuando llegamos a nuestro campamento, desarmamos todo y nos fuimos”.
Existía la Federación Argentina de Entidades Anti-comunistas, reconocida como FAEDA, esta entidad tomó cuerpo durante el gobierno del presidente Juan Carlos Onganía. Ellos, temían que los hippies conecten con el marxismo y se expandan en forma desmedida.
Entonces organizaron un debate en las oficinas de la Revista Primera Plana. Y citaron a Tanguito, Rafael López Sánchez, Javier Arroyuelo y Mario Rabey, encuentro que fue publicado, también en la revista Así, y el diario Crónica. Tango, opinó lo siguiente:
“Compongo música y actúo artistamente. De eso vivo. Y puedo asegurar que tengo mucho trabajo y de ahí entonces las pastillitas de las que se hacen eco para llamarnos drogadictos.
Son las tan conocidas para no dormir, para mantener vigor, para seguir trabajando como ahora en que debí cumplir con la grabación de discos y actuar, con y seguir componiendo.
En ese tiempo, salió un simple grabado el 19 de junio de 1968, por RCA Víctor, a cargo de Horacio Malvicino, con los temas La princesa dorada con letra de Pipo Lernoud y El hombre restante escrito por Javier Martínez de Manal.
La composición de Tanguito, se ampliaba porque también se ampliaba su influencia musical, canciones como las de Donovan hicieron que usará el seudónimo.
Apareció el primer sello discográfico independiente Mandioca La madre de los chicos, liderado por Jorge Álvarez, Pedro Pujó, Javier Arroyuelo y Rafael López Sánchez, quienes produjeron material de Manal, Miguel Abuelo, Morís, Vox Dei, Cristina Plate, Billy Bond y Pappo, solistas. Este último con la canción Nunca lo sabrán, y por supuesto, con Tango con quien grabaron varios temas incluyendo Natural.
En esos momentos, José Alberto Iglesias, se largó a una vida sin tiempos, donde la música palpitaba el andar de todos los días y detrás de una personalidad sensible, pero totalmente visible, caminaba por las calles porteñas buscándose. Y tarareando, más de una vez:
Sólo quiero viajar,
no sé adónde iré,
sólo puedo divagar,
porque lo demás está prohibido,
Y ahora, después de varias décadas, el rock pionero puede leerse de otro modo. Y quizás de eso se trataba, viajar desprendido de la materia, convertirse en esencia para finalmente volverse eterno.-
(*) Escritora y Periodista.