Agencia La Oreja Que Piensa. Por Sergio Bertini.(*)
El pasado 20 de junio, día de la Bandera en homenaje al General Manuel Belgrano, y fin del otoño en el hemisferio sur, se conmemoró también el Día Mundial de las personas refugiadas, a partir de la declaración de la Asamblea General de las Naciones Unidas del año 2001, en recuerdo de la “Convención sobre el Estatuto de Refugiados”, del año 1951.
Una persona refugiada es aquella que necesita salir del país de residencia porque corre peligro su vida debido a diferentes motivos ya sea políticos, religiosos, ambientales, etcétera. Actualmente se estima en 70,8 millones de personas en el mundo, según cifras del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (ANCUR).
En nuestro país son alrededor de 12.300 el número de refugiados, muchos de los cuales residen desde hace décadas en Argentina. Durante el año 2019, un total de 431 personas obtuvieron esa condición o status migratorio, según la Comisión Nacional del Refugiado (CoNaRe), dependiente de la Dirección Nacional de Migraciones (DNM).
La diferencia del refugiado con la persona migrante es que (teóricamente) esta última se trasladaría por cuenta y decisión personal.
Estas definiciones tienden actualmente a confluir en la noción de flujo mixto migrante - refugiado y en la práctica se verifica muchas veces como la necesidad de dejar un territorio de origen por complejas y combinadas cuestiones de seguridad, crisis económica, problemas ambientales, diferencias étnicas irreconciliables, etcétera.
Desarrollando estos temas en clase, una estudiante pregunto: ¿qué se puede aprender de un migrante o de un refugiado que viene desde otro lugar, con distintas experiencias y hábitos o prácticas de vida…?
En realidad, al señalar las diferencias ella misma anunciaba la respuesta.
La consulta no era acerca de dificultades en la comunicación, o cuestiones de adaptación de la persona que había migrado y estaba entre nosotros. La inquietud era sobre el impacto que en definitiva deja la presencia de otro / otra procedente de un lugar ajeno o distante.
¿Qué podía enseñarnos alguien llegado de afuera ? era la contagiosa inquietud, convertida desde entonces en didáctico recurso para comprender a ese “otro/ otra” que busca refugio.
A partir de revisar entrevistas, leer historias de vida y sistematizar conversaciones con dicha población intenté organizar esa información en torno a temas o contenidos de aprendizaje, para responder la pregunta.
Tal vez básico, pero lo primero que puede aprenderse, es valorar el espíritu del refugiado/a , la vital necesidad humana de trasladarse, incluso arriesgando la propia vida en busca de “algo mas seguro”, como el caso extremos de “balseros” y otras dramáticas estrategias de sobrevivencia.
Una abundante bibliografía y las páginas de internet hace tiempo que dan cuenta de historias emotivas y a veces escalofriantes. Desde la década del 90 se hizo más presente dicha realidad al comenzar a ver senegaleses y ciudadanos de otros países de África vendiendo en las calles y plazas de Argentina.
Un segundo momento que refiere a las enseñanzas que nos deja conocer a refugiados, es acompañar el recorrido, el camino de inclusión en la nueva sociedad. En ese sentido, el desarrollo de la capacidad emprendedora que permite enfrentar la cotidiana tarea de vivir. Auto empleo y “reconversión” de oficios va permitiendo reciclar y potenciar posibilidades de inserción laboral.
En Argentina, desde la sanción de la “Ley de reconocimiento y protección al refugiado” del año 2006, y aun antes ya con la “Ley nacional de migraciones”, del año 2003 se vio garantizada la posibilidad del trabajo en legales condiciones de las personas que de diferentes países. Las ferias de economía social y solidaria fueron un (precario pero efectivo) espacio de integración socio económica en tiempos previos a la pandemia, especialmente hasta el año 2015.
Finalmente, y tal vez mas selectivamente (ya que no todxs parecen lograrlo) deja enseñanzas, produce “impacto cultural” conocer la situación, condiciones de existencia y la posibilidad de poner en práctica, de comunicar la experiencia que los ha marcado. Contar su historia.
Así, muchos refugiadxs a través de entrevistas, canciones, fotografías, memorias, y libros, pinturas o películas que cuenten acerca de su vida y de la comunidad natal, permiten que nos acerquemos a esa realidad. De esa situación, de ellos y ellas se puede aprender.
Ese compartir vivencias, son formas de enseñanza, y eso hace posible aprender acerca de otras culturas, conociendo a personas concretas que venden bijouterie en plaza o calles céntricas, o producen confección textil, trabajan en la construcción, garantizan productos de la tierra en la agricultura peri urbana, o brindan servicios técnicos, en el área de salud u hospitalidad.
Pero la mayoría de estas personas están en situación especialmente complicada en los pandémicos tiempos actuales. Si bien es difícil encontrar cifras oficiales , el relevamiento realizado por un importante conjunto de organizaciones de migrantes, ONGs e instituciones y universidades públicas permite inferir que existen problemas de deterioro económico y aislamiento social de estas poblaciones (“Agenda Migrante 2020”, puede consultarse Anfibia: Migrantes la cuarentena imposible) .
Argentina recibe refugiados y refugiadas de diferentes origen, pero supo ser tierra que a lo largo de su historia también expulsó a trabajadores, estudiantes, intelectuales, ciudadanos de diferentes orígenes sociales e incluso opciones ideológicas.
Personajes como Sarmiento, Felipe Varela, el Chacho Peñaloza, Rosas, San Martin, Perón y miles y miles de argentinos y argentinas estuvieron buscando refugio en otros países durante la última dictadura cívico militar entre 1976 y 1983.
Conocer y valorar el aporte de la persona refugiada en su nuevo lugar de vida, es un ejemplo de solidaridad intergeneracional entre los pueblos. No es poca enseñanza las que nos deja.
(*) Sociólogo. Docente de UNDAV y UNLa.