Agencia La Oreja Que Piensa. Por Lidia Fagale (*)
Avisó que se retiraba definitivamente. Su voz, que sincronizo acordes de guitarra y protesta, se resiste a desvanecerse en la memoria de quienes vibrábamos al compás de su potencia aguerrida.
La música de Joan Báez se elevaba hacia las conciencias jóvenes contra la decisión de su propio país, los Estados Unidos, de iniciar una guerra, la más larga, en Vietnam.
El conflicto que comenzó por el intento de unificar las dos Vietnam en un único gobierno de coalición entre nacionalistas, comunistas y neutrales y las acciones de los Estados Unidos para evitar dicha reunificación y que, unidas a una sucesión de dictaduras violentas impuestas por el país del norte, provocaron el levantamiento en armas del autodenominado Frente de Liberación Nacional, Viet Cong, apoyado por la entonces Unión Soviética y la China de Mao.
Quizás ese fue el escenario mundial que la dio a conocer con más fuerza entre las generaciones que repudiaban la guerra y luchaban por la paz.
Sin embargo, su voz y su guitarra, recorrieron en señal de protesta muchos otros caminos que también la trajeron a Latinoamérica durante la dictadura de Pinochet, a la Argentina durante el terrorismo de Estado, en su propio territorio a favor de los derechos del movimiento liderado por Marthin Luther King. Su única arma, una guitarra, que elevó ayer y hoy las injusticias de siempre.
Tuve la suerte de conocerla un 25 de mayo. En mi condición de becaria, solía transitar los fines de semana por la Plaza del Castillo que se ubica al sur del casco antiguo de Pamplona, España, entre los antiguos burgos medievales de San Nicolás y la Navarrería.
Era el atardecer, de un domingo plácido. Desde lejos escuche la vos de Joan Báez cantando Heres to you, Nicola and Bart
(…) Rest forever here in our hearts. The last and final
moment is yours. That agony is your triumph.
(Traducción: Cantando aquí para ti, Nicola y Bart descansa
para siempre aquí en nuestros corazones. El último y
Último momento es tuyo. Esa agonía es tu triunfo).
Me fui encontrando con su voz llegando a la Plaza de los Toros, corriendo sobre el empedrado de la calle Ernest Heminguey para luego ingresar por el Patio de Caballos, el lugar de los silencios y los miedos; donde los toreros se recogen antes de pisar la arena.
Y allí estaba ella desplegando su canto torero entre los muros de la plaza.
Era 1984, a meses de la apertura democrática en Argentina, aún el terrorismo de Estado nos había dejado las marcas del dolor, la tristeza y la injusticia.
Recordé a mi madre, quien nos hacía escuchar desde niños, esa misma canción y nos contaba el calvario que habían padecido hasta su muerte, a pesar de su inocencia, Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti , los dos inmigrantes italianos, trabajadores y Anarquistas, que fueron juzgados, sentenciados y ejecutados por electrocución en 1927, en los EEUU, a pesar de su inocencia.
Y también vi como ese lugar de “silencios y miedos” se derrumbó ante la voz de Joan Báez y su guitarra, trascendió las murallas construidas por Felipe II y selló mi memoria para siempre. Me acerqué y la abracé agradecida por fundir arte, poesía, protesta y conciencia.
(*) Periodista. Actualmente es Secretaria General de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires. (UTPBA)